*Capítulo Cinco: "Hola... otra vez"

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"Querido mío, te recuerdo como la mejor canción, esa apoteosis de gallos y estrellas que ya no eres, que ya no soy, que ya no seremos

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"Querido mío, te recuerdo como la mejor canción, esa apoteosis de gallos y estrellas que ya no eres, que ya no soy, que ya no seremos. Y sin embargo, muy bien sabemos ambos que hablo por la boca pintada del silencio..."

—Blanca Varela

La densa neblina nacida de su pavor, reveló que podrían hacerse realidad sus más descabellados y diáfanos sueños. Con una lentitud inhumana, la insólita aparición adoptó una forma retadora, poco tangible, amorfa y grisácea; era un extraño fantasma que apoyó sus gélidas manos sobre su pecho agitado, con la intención de captar cada movimiento de su intranquilo pernoctar.

Removiéndose de un lado a otro, con la respiración turbada, inquietándose ante la necesidad de abrazar un delgado cuerpo contra sí mismo, él advirtió que algo no marchaba bien en medio del frondoso valle de su inconsciencia. Además, en la lejanía de su miseria, percibía la tensa sensación de estar cercano a la muerte.

Toda la maldita ilusión fue quebrada con un gritillo sollozante, que resonó en las profundidades de su mente, y la melodía macabra de los lamentos, ocasionaron que se levantara de improvisto. Alarmado por el pavor y sudando por la agitación de sus entrañas, tembló. Él estaba siendo consumido por el miedo.

—Me duele la cabeza... —el incomparable hombre de cabellera despeinada, se quejó a un volumen medio de la palpitación de sus sienes.

Poco a poco, la luz regresó a su cerebro, y al ser consciente de aquel sonido que nadie más tenía el poder de oír, una idea extraña cruzó su mente.

El clamor desgarrador de una voz muy conocida, que devoró sus emociones hasta dejar un charco de sangre en el suelo bajo sus pies, lo obligó a cerrar los ojos y maldecir a todos los seres vivientes. No era tan sencillo estar atado a otro ser humano.

—Es normal que te duela luego de beber tanto —Edvino se sentó de golpe sobre la enorme cama, consternado al oír la estruendosa de su hermano menor crear un vacío en su habitación matrimonial.

—¿Qué haces aquí? —Le preguntó elevando ambas manos a cada lado de su cabeza para presionar las vibraciones en el interior de sus pensamientos—. Ayer te dije que no quería verte aquí, Eric —tal vez, lo que más le causó gracia al chico, que lo observaba desde el umbral, era la expresión de enojo de su hermano. A veces la seriedad propia de una faz tan inusual, lo llevaba a preguntarse sobre la capacidad de molestia que él podía desarrollar. Edvino no era un "hombre desalmado", seguramente, por eso nunca lograría desarrollar eso tan vital para "ellos". Nunca tendría su Integridad—. Vete ahora mismo —sus dientes rechinaron—, o te echaré a golpes cuando me levante de aquí —la irritación aumentó.

—No me digas que sigues molesto porque decidí irme con papá hace años —soltó un bufido al comprobar que tenía la absoluta razón, su hermano mayor continuaba enojado por el mismo motivo estúpido por el que su madre sufrió tantos años—. Eres extremadamente patético, querido hermano —a menudo, Eric se cuestionaba qué habría ocurrido si Edvino hubiese tomado la misma oportunidad de conocer aquel mundo al que estaban destinados a pertenecer. Era lógico que habría podido conocer esa parte ardiente y dominante de su ser. Edvino habría podido alcanzar su lugar en la Claraboya—. Mi decisión fue la mejor y quieras o no, algún día tendrás que ir a reclamar lo que por derecho te pertenece. Después de todo, eres un Terciario.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora