*Capítulo Diecisiete: "Mentira"

282 22 11
                                    

"Empiézola a seguir, fáltanme bríos; y como de alcanzarla tengo gana, hago correr tras ella el llanto en ríos"

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

"Empiézola a seguir, fáltanme bríos; y como de alcanzarla tengo gana, hago correr tras ella el llanto en ríos".

—Francisco de Quevedo

"Avizorar el despliegue de su grácil figura, etérea y llena de vivacidad, al juguetear por los amplios corredores de un bello jardín, que consiguió materializar con tal de proteger su débil espíritu de cualquier mal que pudiese ensombrecer la claridad de unos intensos ojos verdes, se transformó en el obstáculo más grande para la realización de sus más ambiciosos anhelos.

—Olimpia —la llamó con la voz quebrándose como un bello cristal golpeado contra el suelo de la realidad; al verla robarse el aroma de las flores que acababan de eclosionar en un maravilloso tono violeta, muy parecido al vestido que su amado le regaló para una magnífica cena que los unió en la más desbordante pasión—. Me tengo que ir —la joven abandonó las rosas de diversos colores y agachó la cabeza, omitiendo la gravedad de su desconsuelo. Comprendía que no se verían por muchas semanas, quizá meses; su recuerdo se iría difuminando hasta desaparecer en un tono azul que odiaría hasta el día de su muerte—. ¿Sabes que volveré por ti? —necesitaba oír una respuesta afirmativa a la súplica enamorada que nunca mostró por simples mujeres.

—No digas nada —sus pasos pequeños se detuvieron frente a él y uno de sus dedos largos quedó sobre los labios de aquel muchacho que evitaba mirarla con el amor que sentía, esa parte humana que lo traicionaba y lo ponía en peligro, no solo a él, sino a la supervivencia de su futura compañera eterna—. Yo sé que volverás por mí y me protegerás por siempre —Eric tomó las tersas manos de Olimpia y le obsequió un terso beso. Encandilado por la simetría de sus labios, asintió a las dulces palabras de la única mujer que desequilibraba sus sentidos y desarmaba lo que anhelaba conseguir. Ella era su punto débil y se encargaría de esconderla con tal de jamás ser herido—. Y no es necesario que lo digas, yo sé lo que sientes por mí —con su largo cabello desprolijo sobre la estrechez de su espalda, la joven se puso de puntitas y depositó un beso en la mejilla de Eric.

La bendecida con la belleza pura, terminó transformándose en lo único dulce de su herencia despreciable, trasmitida por generaciones en las que la esclavitud de la sangre, los condenó a destruir a la mitad de su esencia, solo por obtener una victoria efímera; pero eso cambiaría en el nuevo nacimiento que instauraría bajo su tiranía.

La inocente mujer de cabellera tupida era el ser que destruyó la coordinación de los planes que demoró en crear por preservarla, ya que conocerla durante un largo día de verano, pactó la idealización de sus anhelos; porque desde que la tonalidad de sus ojos se cruzaron en una fracción de luz, él supo que la había encontrado... supo que ella sería el motivo por el que tendría que adelantar la secuencia de sus acciones".

El par de oscuros ojos, que permanecieron dos extenuantes días cegados por la inconsciencia, se abrieron en un sutil parpadeo que se alargó por varios segundos, en los que se acostumbró a la claridad de aquella desconocida habitación, inundada por el embriagante aroma, que no supo reconocer a qué flor le pertenecía.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora