*Capítulo Dieciséis "Dispersión"

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"Llorad corazón, que tenéis razón"

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"Llorad corazón, que tenéis razón".

—Luis de Góngora y Argote

—¿Debo hacerle caso a esa voz?

¿De quién era bueno fiarse en una situación incomprensible para su humanidad? Su temple de acero, acuñado con el esfuerzo de una vida plagada de horrores, que ahora se hacían visibles, le daba un nuevo deseo por sobrevivir.

Asfixiada por el peso de sus temores, Madeleine presionó su propio límite para eliminar los recuerdos pasados, ya que la visión de una infancia olvidada le hizo comprender que su tía Aliss no fue el tipo de mujer que ella creyó. La mujer que más amó; la única que jamás la acusó de loca por ver cosas que los demás nunca llegarían a imaginar. No... Esa secuestradora ni siquiera tenía su sangre.

Manteniendo la esperanza de que quizá los terrores y pesadillas nocturnas habían regresado a desequilibrar su adultez, y que todo lo sucedido era una burda mentira, Madeleine retiró a Eric de su espalda y acomodó el cuerpo rígido del muchacho sobre la calidez de su cama. Una vez que sus piernas estuvieron encima del colchón, la chica se mantuvo distante, mirándolo como un tesoro que debía recuperar.

Él estaba frío y sin movimiento, parecía un trozo de mármol, y eso indicaba que ya estaba muerto. Sus signos vitales no respondían y la cantidad de sangre que derramó, sería irrecuperable. El dorso de la desgarbada mujercita era prueba de ese vertimiento indiscriminado.

—No permitas que las creencias anticuadas del mundo humano en el que creciste te hagan imaginar falsedades, que terminarán alejándote de lo importante —el consejo que aguardó con ilusión, llegó con el aspecto de la suave y amable voz, que continuaba guiando la rectitud de sus pasos—. Todo ha sido real, no dudes de ello —un escalofrío escarapeló su piel. ¡Todo era real! ¡No estaba loca!

Con el temor de caer en el fondo de sus pecados, Madeleine optó por seguir los consejos de su nueva amiga invisible.

Madeleine se movió inquieta en su habitación. Era irreal el modo que empleó para retornar a su hogar. No comprendía como las personas que se toparon con ella ignoraron la anormalidad de su condición. ¡Dios santo, llevaba un cadáver! Sin embargo, parecía que ningún individuo se percató de su moribundo acompañante.

El cántico apacible de la voz nacida en el callejón le pidió que se concentrara e imaginara una apariencia normal para los dos. También le advirtió que debía mantener la calma, de lo contrario, no llegaría muy lejos con el espejismo que le mostraba al resto del mundo. Tal parecía que sus descabelladas indicaciones, funcionaron: estaba en su casa, llena de sangre, con un muerto y nadie lo sabía. No lo entendía, pero agradecía haber salido de ese asqueroso lugar, donde el cuerpo decapitado del enemigo, no era su mayor temor. A los pocos minutos de que su cabeza explotara sin explicación, el atacante de Eric, se evaporó en el aire, no quedó ni un rastro de su existencia, hasta el pañuelo que tiró al suelo, se fundió con las partículas del aire. Por alguna razón, eso la alarmó, porque lo sintió cómo una señal de la llegada de más seres igual a é.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora