*Capítulo Catorce: "Desaparición"

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"Yo procuraré olvidarte y moriré bajo el peso de mis desdichas

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"Yo procuraré olvidarte y moriré bajo el peso de mis desdichas. Pero no pienses que el cielo deje de hacerte sentir sus justas iras".

—Mariano Melgar

Deslizándose con la lentitud de un moribundo, se movió a través de los centenares de susurros que giraban en los contornos de sus sentimientos y florecían a una velocidad impresionante, eclosionando de una semilla sembrada antes del otoño. Él percibió, en una búsqueda infructuosa de la paz, que el odio contaba con el poder de desequilibrar los pensamientos del ser más bueno de la tierra, consumiéndolo en el deseo de venganza contra un enemigo desconocido. El odio era un potente veneno para la apacibilidad de sus excelentes costumbres, y a pesar de ello, el brioso odio era un insignificante bicho al lado de los celos que comenzaban a abrasarlo en las ardientes llamas del infierno.

Y fue transportado al más infame de los ambientes que pudiera vislumbrar: él se hallaba de rodillas, extraviando su dignidad restablecida con sacrificio; mirando el suelo mientras sus manos apretaban la tierra húmeda que había tras una tormenta. Con las gotas del rocío empapando su piel, él no tuvo más opción que reflexionar sobre el miedo que significaba quererla. Le resultó una burda parodia del dolor, ya que solo estando en el precipicio de su miseria, anhelaba retroceder y reconquistar lo que nunca amó hasta ese momento...

—Madeleine me sorprende con su actitud —expresó la divertida Isabel, dueña de una espléndida y encantadora sonrisa, que pocas veces tenían el honor de avistar. Con una de sus pobladas cejas elevada por la impresión de observarla desaparecer acompañada de aquel guapo sujeto, ella intensificó ese gesto de candidez que aborrecía perfilar en su faz, libre de cualquier mechón pelirrojo que pudiese resbalar por sus mejillas.

Isabel era conocida por ser la más hermética del grupo: siempre callada, solo señalando lo que considerara necesario; transmitiendo con pereza sus emociones, usando como principal arma de confusión sus ojos grisáceos, inexpresivos hasta el amanecer. Al describirla, su característica más innata era la reserva de sus ideales y pensamientos hacia los demás; ese fue el motivo por el que todos se maravillaron al verla sonreír a plenitud; no obstante, en tan limitada ocasión, la chica tenía la potestad necesaria para tener desnudar su verdadero yo: no era habitual que Madeleine se mostrara amable con un miembro del sexo opuesto y menos, estando delante de Edvino.

—Quién diría que minutos antes parecía una muerta viviente —corroboró la picardía inoportuna de David; avivada por lo inverosímil de la situación. Con tal de prender más la mecha, él hizo un gesto obsceno, dando a entender el acto que haría su amiga con el sujeto, que aparentaba ser de su edad. Sus amigos controlaron sus risas y se sentaron en torno al cumpleañero; que tomó el papel de un hombre callado y pensativo en medio de la búsqueda del nirvana.

No podía sacarse de la cabeza el hecho de ser parte de una audiencia que presenció la escena en la que Madeleine y ese tipejo, se iban juntos. Ellos mantenían un romance tormentoso; nadie le quitaría esa hipótesis de la cabeza.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora