*Capítulo Ocho: "Perdí"

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"Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer; cómo después de acordado da dolor; cómo a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor"

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"Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer; cómo después de acordado da dolor; cómo a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor".

—Jorge Manrique

Maldijo a todas las divinidades de las diferentes religiones del mundo, entre lamentos entrecortados por la inconsistencia de su razonamiento lógico, que ahora, ya no se consideraba tan lógico por las apresuradas determinaciones que tomó. Maldijo otra vez, ocultando aquello que pudiera demostrar el infinito temor que percibía carcomerle la amplitud de su piel.

Madeleine permaneció recostada contra la mesa de su pequeño comedor alrededor de diez minutos, contemplando millones que ideas que eclipsaban en una única resolución: retornar a Alemania antes de ser destruida por el maldito mocoso que, no contento con fastidiarla en su blog, también la acosaba en la vida real. Era muy impertinente la manera que él usaba para inmiscuirse en sus asuntos más privados. No existía un motivo. No existía nada que lo orillara a martirizarla.

A pesar de la fortaleza con la que llevó su vida, allí estaba, alrededor de las diez de la mañana, interrogándose por el porvenir y, con su silencio, aceptaba su destino sin poner una objeción. Esa no era la mujer que se repuso de la muerte de su querida tía Aliss con absoluta entereza. No. Era una cobarde.

—No —dijo con la severidad heredada de su difunda madre, levantando la cabeza de la madera fría que le servía de un cálido almohadón de plumas—, no voy a volver a Alemania por culpa de ese imbécil —reiteró alzando un puño para darse la energía suficiente—. Me quedaré aquí y me negaré a salir con él —Mad se puso de pie, aun con el puño en lo alto de su imperioso orgullo, manteniendo el dictamen atestado de una repentina valentía.

Vestida con su cómoda bata de dormir, estampada con diminutos dibujos de personajes de anime, ella apoyó las dos manos en el sitio donde un dolor punzante dejaba su huella, y en aquel momento, sintió que volvía a respirar luego de encontrarse hundida en un profundo pozo. Tomaría las decisiones de su vida y conseguiría olvidarse de aquel amor que, por tanto tiempo, la persiguió hasta en la oscuridad. Sí, las palpitaciones de su corazón le eran entregadas a un solo hombre; pero ¿ya no era suficiente de masoquismo? Pasó un límite de autoestima que no podía continuar rebasando como si se tratase de un sentimiento sin valor, necesitaba dejar de mirar con ojos enamorados a ese hombre y darle la contemplación de amistad que en un principio, fue lo que solidificó la compañía que se otorgaron con cariño.

—Ya es momento de parar, Mad —afirmó con la dignidad que la respaldó para no caer en los juegos sucios de Eric—. Es momento de olvidarlo —expresó a los cuatro vientos el objetivo que se trazaba para manejar su futuro. No seguiría en la misma ruta, no lo haría para quedarse con el conformismo de la cobardía. Ella era más que una mujer que se dejaba amedrentar por un niño, que no tenía el más pequeño sentido del respeto por sus mayores—. Es momento de demostrar que no eres una estúpida, Ifigenia —se llenó de orgullo al escuchar que esa frase emergía de su propia garganta—. Perdí y ahora es momento de ganar. 

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora