*Capítulo Siete: "Te odio, en verdad" (Segunda Parte)

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"Amor, en el mundo tú eres un pecado

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"Amor, en el mundo tú eres un pecado. Mi beso en la punta chispeante del cuerno del diablo; mi beso que es credo sagrado".

—César Vallejo

Sonrió dejando que los hoyuelos de sus mejillas se admiraran, demostrando al mundo que la felicidad estaba al alcance de sus manos, y en su interior, suplicó que aquel día jamás concluyera.

Era mágico el blanquecino sentimiento que brotó de lo más hondo de su alma, serpenteando en cada espacio vacío de su ser, hasta dejarla perpleja de alegría... Sí, ella confirmaba que podía quedar extasiada con solo tener su presencia.

—Y no querías salir temprano de tu casa —la burla de Edvino se presentó al verla contenta, absorbiendo de dos cañitas la gaseosa que él le compró con el afán de que despabilara del cansancio cuanto antes.

Necesitaba que su amiga estuviera activa para visitar uno de los parques que más frecuentaban en su época universitaria: un bonito lugar que les sirvió de guarida en los días grises de sus vidas, porque no todo fue color de rosa mientras cultivaban su amistad.

—Tengo sueño, así que no estoy del todo contenta —mintió en cuanto dejó de beber su gaseosa—, aunque estarás perdonado si me ganas jugando a las escondidas —Madeleine cerró la botella vacía y en un santiamén corrió a dejarla en un bote verde de basura.

Al regresar, intentó hacer que su amigo se levantara del gras; sin embargo, Edvino le respondió con un refunfuño.

—Por ahora quedémonos aquí, estoy cansado de caminar... —no era sencillo repetir las actividades de la juventud con treinta años. Comprendiendo que no conseguiría hacer que se levantara, Madeleine se acomodó a su lado.

El sol no brillaba con tanta crueldad, así que sentados en el pasto, pasaron lo que quedaba del día charlando de algo más que sus vidas. Incluso, mirarse un momento podía significar transmitir algo más fuerte que un sentimiento hablado.

Ellos lograron crear una comunicación que solo los dos conocían e interpretaban, ya que les resultaba común en su amistad hablar entre cada parpadeo, desplazando la importancia de las palabras.

—Mad, ¿nunca te has enamorado? —preguntó Edvino, sabiendo que la respuesta podría desagradarle al punto de inducirlo al vómito.

—Sí —una lacerante sensación se apoderó de sus ojos, clavando en su alma unos celos que él no reconocería como tales—, me he enamorado.

—¿Por qué nunca conocí al afortunado de llevarse el corazón de mi hermanita? —nombrarla de aquel modo le causó un daño que nunca creyó sentir.

¿Cómo adorar algo que jamás se ha besado? Pero en ellos existía una diferencia, porque sí disfrutaron de un roce de sus pieles. Sus labios se unieron en un delicado movimiento en el que también compartieron emociones.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora