*Capítulo Seis: "Fuera"

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"Váyanse las noches, pues ido se han los ojos que hacían los míos velar; váyanse, y no vean tanta soledad, después que en mi lecho sobra la mitad

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"Váyanse las noches, pues ido se han los ojos que hacían los míos velar; váyanse, y no vean tanta soledad, después que en mi lecho sobra la mitad."

—Luis de Góngora y Argote

Explotó, furibunda por la imagen que se mantenía cerca al marco de la puerta, arrastrando su buen comportamiento directo a lo primitivo. Ella imaginó cientos de formas de tirarle la puerta en la cara; sin embargo, por el momento, debía consumirse en el temor de no saber cómo echar de su vida a un demonio que nunca invocó.

—¡¿Qué haces aquí?! —Inquirió la pequeña mujer, en una sonora exclamación que resonó en el pasillo—. ¡Responde! —Pese a la fortaleza misteriosa y peligrosa que se esparcía en su interior, ella tembló ante la figura desaliñada de Eric, volviéndose el centro de toda su atención. La delicadeza del cabello castaño que caía sobre su faz tallada con un cincel mágico, dándole un aire inescrutable, acaparaba los espacios blancos de su mente.

A veces le resultaba inevitable escapar de los hombres como él, que avizoraban su comportamiento como un elemento exótico que debían poner en la colección de sus conquistas. A lo largo de su vida, ese tipo de sujetos corrieron detrás de ella con tal de ponerle un grillete alrededor del tobillo, pero ninguno consiguió dar la talla para soportar a un ser humano tan insoportable como ella.

La joven cuadró los hombros y escondiendo su desconcierto por la presencia de ese tipejo, intentó salir del pequeño departamento. Como era lógico deducir, él le impidió que se fuera con tanta facilidad. No estaba en sus planes irse sin mostrar sus propósitos a futuro.

—Pensaste en lo que te dije —por unos escasos segundos, Madeleine quedó muda por la sequedad de su timbre, que en situaciones comunes, llegaba a estresarla por su excesiva alegría—. Dímelo —reiteró ampliando una perfecta sonrisa de comercial de televisión—, con tu respuesta podré comprender el motivo de tu poca educación —hizo alusión a que aún seguía en el pasillo, esperando a que su sensual anfitriona, le diera una cálida bienvenida.

—No tengo nada en que pensar —afirmó con ese orgullo que muy pocas personas tenían la ventaja de ver a tan pocos centímetros de distancia—, porque nunca voy a salir contigo—se negaría hasta el final de sus días, era una locura tener una cita con aquel sujeto que no despertaba en ella ni el más mínimo buen sentimiento—. Quiero que quede muy claro: no saldré contigo —le recalcó menospreciándolo con la mirada—. Y mejor vete de aquí —le pidió con mayor amabilidad que pudo usar—, que tú y yo no tenemos nada de qué hablar.

En sus esquemas mentales no cabía la posibilidad de ser rechazado. Ninguna otra mujer se atrevería a ignorar la atracción implícita que existía entre los dos; sin embargo, ella contaba con la soberbia suficiente para mandarlo muy lejos. Eso le gustaba y lo enojaba en partes iguales. Madeleine podía caer en sus garras si usaba un arma de enamoramiento...

—No —pensó con desaprobación para sí mismo—, prometí que no emplearía nada extra para conseguirla —se recordó a modo de advertencia, ya que una accionar podría costarle las lágrimas que no estaba dispuesto a desperdiciar. Usar una Espada mental para conquistarla no era conveniente.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora