*Capítulo Tres: "Eric"

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"Óyeme con los ojos, ya que están tan distantes los oídos, y de ausentes enojos en ecos de mi pluma mis gemidos; y ya que a ti no llega mi voz ruda, óyeme sordo, pues me quejo muda"

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"Óyeme con los ojos, ya que están tan distantes los oídos, y de ausentes enojos en ecos de mi pluma mis gemidos; y ya que a ti no llega mi voz ruda, óyeme sordo, pues me quejo muda".

—Sor Juana de la Inés

— ¿Cómo diablos acabé así?

Esa fue la pregunta se extendió en cada palmo de su mente, tan metálica como el caparazón que había a su alrededor. Fue un grito desconsolado que se oyó en los meandros pantanosos de su mente. La joven no comprendía que ser maléfico la castigaba a tal magnitud... Y tampoco quería saber el precio que pagaría por un pecado desconocido de su juventud.

El lívido rostro de Madeleine adquirió el mismo tono escarlata de aquella vez, en los años primaverales que estuvo en la universidad, siendo exactos, el día de invierno en el que cantó a todo pulmón: "Palabra de honor" de Luis Miguel. La interpretó en una borrachera de karaoke junto con Ángela. Fue una de las experiencias más vergonzosas de su existencia, por el simple hecho de mostrar sus sentimientos, siempre guardados, frente a Edvino, Cristina, John y David...

Ángela no conocía el motivo de sus constantes sollozos mientras berreaba —su voz era realmente horrible, que se asemejaba a un animal en el matadero—: "te tengo que olvidar", incluso así, intuía la razón del sufrimiento de su mejor amiga. Era muy obvio que amaba a alguien prohibido.

—Lo tengo que olvidar —pensó moviendo los dedos de sus manos contra sus rodillas, ocultas bajo la parte superior de la mesa.

—¿Lo vas a olvidar? —Inquirió Eric—. ¿Es tu palabra de honor? —A Madeleine no le sorprendió su habilidad de conocer las palabras exactas que permanecían escritas en su mente.

Desde que ella tuvo la poca fortuna de conocerlo, él demostró la rara capacidad de entender sus pensamientos con solo mirarla. Era casi un don maligno que le causó muchos problemas.

—¿Qué es lo que quieres de mí? No comprendo qué te motiva a perturbar a una mujer que no ves hace muchos años —titubeó pausando su respiración; dejando las palabras entrecortadas flotar en el aire enturbiado de su pavor. Ella quiso hacer prevalecer su razón, mas no halló el camino conectado a su intención. Rozando el extremo de la confusión, ella se cuestionó por novena vez ¿Qué motivaba al destino a hacer de su vida una mierda?

Víctima de mareos producidos por el pánico, Madeleine retiró las manos de sus rodillas y se limpió el rostro con un poco de papel higiénico que sacó de su diminuta cartera negra.

Tuvo la oportunidad de escapar, pero volvió a caer en la trampa del cazador empedernido que tenía frente a ella. Era una idiotez pensar que al huir despavorida de la casa de Edvino en dirección a su departamento, estaría a salvo. Para su desgracia, allí se encontró con Eric. Le resultaba increíble haber accedido a salir a beber un helado con él; sin embargo, no podía darse el lujo de objetar en su contra, ya que corría el riesgo de acabar siendo descubierta... la sola idea de hallarse desnuda con sus sentimientos, le causaba la mayor desazón del universo.

Poesía VillanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora