Capítulo 35. "Todo se paga"

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Advertencia de contenido:
Este capítulo contiene descripciones de violencia, tortura y asesinato.
Para nada estoy de acuerdo con estas prácticas, actitudes y acciones que llevan a cabo algunos personajes de esta historia.
Se recomienda discreción. Si desea saltarse esta parte, puede leer la narración de Luciale hasta el cambio de escena y luego adelantar hasta que aparezca Rowan en la narración.

Gracias por su comprensión. Disfrute de la lectura. <3

Luciale.

Acomodo los guantes negros que cubren mis manos y parte de mis brazos. La seda es una caricia para mi piel, funcionará como protección para lo que haré en unos minutos.

Odiaría que mi piel pálida se viera decorada por moretones o heridas que cicatrizarán en un día, quizá en un par de horas como mínimo. Mi energía se agota, y con ello, mi capacidad curativa instantánea.

Elevo mi mirada de mis manos hasta el reflejo que me enseña el espejo de marco dorado frente a mí. Mi cabello rubio cae por mis hombros, sus ondulaciones naturales le otorgan cierto aire de elegancia y de amabilidad a mi rostro marcado por mi mirada penetrante, que en el día de hoy, destella con intenciones de acabar con la vida de dos escorias.

Las iris grisáceas que tanto me caracterizan hoy brillan con alegría: acabaré con las basuras que dañaron a mi esposa por años, les daré el castigo que ella no puede otorgarles. Mi lado como ser de la oscuridad reclama que no tomaré la decisión de drenar sus energías y absorber sus almas.

Podría hacerlo, debería, mas considero que la mayor condena —tortuosa como ninguna otra— es condenarlas a la desgracia eterna. A ser almas en pena que jamás descansarán, y que si tienen la oportunidad de reencarnar, pagarán todo lo efectuado en esta vida. Nuestras acciones definen nuestro destino en la eternidad, en muchas ocasiones se tornan nuestra salvación, pero en este caso, es todo lo contrario.

Una vez aseguré "Ni olvido, ni perdón" y lo cumpliré hoy mismo. No me interesa cuánto supliquen por sus vidas, cuánto rueguen por la paz de sus almas, yo no perdono, no olvido y no brindo segundas oportunidades a nadie que no las merezca.

La imagen esbozada en el cristal del espejo adquiere bordes distorsionados al intentar suplantar mi reflejo con el de la Luciale que yo fui años atrás, con aquella muchacha adolescente que sufría en silencio los maltratos de su pareja. Visualizo las lágrimas deslizarse por sus mejillas, caer por sus ojos grises teñidos del color de la vida, de la esperanza y de la falsa alegría; se cristalizan al cabo de un par de segundos, mientras ella controla los sollozos que desean escapar de su boca.

Inspiro hondo, me obligo a presenciar su intento por apoderarse de quién soy hoy y me aferro al recuerdo de mi yo del presente, de la mujer de veintitrés años que aprecié en ese cristal un par de minutos atrás. A la emperatriz de la corona de oro que se caracteriza por su fortaleza, su mirada penetrante, su postura segura y las decisiones acertadas que toma, con la vista enfocada en el bienestar de su pueblo, de su esposa, de su familia.

—Sé que eres alguien obstinado, pedazo de escoria —siseo bajo, la sonrisa cargada de suficiencia que me devuelve el reflejo de la Luciale del pasado me provoca náuseas—. Sin embargo, no puedes contra mí. Nunca podrás. Es una realidad.

Aparto la mirada del cristal al percatarme de que se ha esfumado una vez más y que mi rostro me saluda de nuevo. Las leves ojeras violáceas que comienzan a formarse debajo de mis ojos me atemorizan un poco, no lo negaré. Pronto el maquillaje no será suficiente para ocultarlas, no obstante, eso significaría que él ganó y que mi alma es suya.

Siniestra nebulosaWhere stories live. Discover now