Capítulo 43. "Tormento"

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Advertencia de contenido:Este capítulo contiene, de manera indirecta, menciones a abuso sexual.Se recomienda discreción.

Rowan.

No he podido apartarme del cuerpo de Luciale en horas, tampoco he sentido la necesidad de dormir o de comer. Pasé toda la noche a su lado, por si despertaba, por si necesitaba algo, por si me pedía ayuda o si me permitía entrar a su mente.

Todo el Palacio se ha paralizado ante el estado de inconsciencia de nuestra emperatriz, esposa, hermana, amiga y prima. Quizá los más afectados de esta familia —porque lo hemos dejado ver—, hemos sido Chrystel, Dríhseida, Vorkiov, Laissa y yo.

La Señorita Chrystel Dreim no fue capaz de ocultar el horror en su rostro al observar a su mejor amiga, a su hermana del corazón, desmayada en mis brazos. Sé que han ocurrido este tipo de episodios antes, pero ninguno había preocupado tanto a todos como este.

Mi esposa lloró lágrimas de sangre, tuvo convulsiones, pequeños espasmos y su respiración es casi inexistente en estos momentos. La palidez mortecina que la caracteriza ha incrementado, la ha vuelto casi tan blanca como una hoja de papel; las ojeras violáceas debajo de sus ojos se han tornado más evidentes junto a las venas negras que se han esbozado en gran parte de su cuerpo.

—Tienes que comer algo —Normelt interrumpe mi silencio, la preocupación tiñe su voz—. Debes descansar un rato, Rowan. Ella no se irá a ninguna parte.

—No voy a dejarla —susurro firme, mi mano derecha entrelaza los dedos de mi esposa con los míos. La gelidez de su piel se siente más que nunca, porque sé que ella no está en este plano en este momento. Solo su cuerpo me recibe, su alma es víctima de la maldición que Herafel empeoró—. Ella jamás me dejaría si estuviese en su estado. Además, soy la única que puede ayudarla.

Una lágrima se desliza por mi mejilla izquierda, la aparto con rapidez antes de que las demás caigan sin que pueda impedirlo. Mi visión adquiere un carácter difuso conforme las lágrimas se arremolinan en mis ojos, no sé cómo retenerlas por más tiempo.

El escozor en mi pecho se presenta, como una presión que me obliga a respirar de manera entrecortada, como un ardor que quema todo a su paso. Mi garganta se cierra, las lágrimas caen, mi campo de visión se vuelve borroso, me tiemblan las manos y no logro respirar en paz.

El caos se ha apoderado de mi mente, los pensamientos que antes se hallaban unidos por un hilo conductor, ahora se encuentran sueltos, desordenados e incoherentes. Aparecen uno tras otro como imágenes mentales, como risas, llantos, recuerdos, gritos, como la preocupación que me invade en este instante. No puedo pensar con claridad.

—Rowan, está bien —susurra Dríhseida al abrazarme contra su pecho. Peina mi cabello con sus manos como si supiera que es algo que me encanta y que mi esposa siempre ha hecho para calmarme—. Respira conmigo, por favor.

—No puedo —niego con la cabeza repetidas veces.

—Sí que puedes, Rowan, por favor —murmura suave. Percibo su terror, está tan atemorizada como yo, pero se esfuerza en ser la cuerda en esta situación. No desea sucumbir a la desesperación y la comprendo—. Todo estará bien, sé que tienes un ataque y es momentáneo. Respira lento, inhala profundo, mantén el aire y luego suéltalo. Luciale estará bien, Rowan.

Sigo el ritmo de su respiración, su tonada dulce y maternal me relaja por los siguientes minutos. Permanece a mi lado, con sus brazos rodeándome a la altura de los hombros, hasta que consigo respirar en paz: sin esa opresión en el pecho, sin esa sensación de asfixia, sin ese miedo inmenso a morir, a perder al amor de mi vida.

Siniestra nebulosaWhere stories live. Discover now