Prefacio

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ㅤㅤA VECES los niños son crueles. Dicen cosas hirientes, excluyen de sus juegos a quienes les parecen diferentes. Y los adolescentes son incluso peores, pensaba, porque esas cualidades tan desagradables solo empeoran, reforzando su teoría de que no es una etapa sino solo sus desastrosas infancias hablando por ellos. No los soportaba. A nadie, mucho menos a sus compañeros, sarta de hormonales y superficiales cretinos.

Pero ¿Song Mingi? A él lo detestaba. Era el peor de todos. Haber crecido constantemente atemorizado por un hermano abusivo y una madre negligente definitivamente debió haberlo marcado, se decía, porque su personalidad no gritaba nada más que "vengo de un hogar violento y nunca fui a terapia". Quería llamar la atención de cualquier manera, y si no lo conseguía, pues se volvía terriblemente agresivo. Lo sabía de primera mano. De hecho, ese día volvería a llegar a la misma conclusión —«¡Mingi es un jodido sociópata!»—, porque en cuanto entró al salón vio la mueca disgustada que el chico le dio y la manera en que sus manos apretaron la botella de jugo.

Él le guiñó un ojo y se sentó. Cuando sacó su cuaderno, se acercó.

Aw, ¿escribiendo en tu diario de vida otra vez? —le preguntó burlesco, en voz alta. El profesor aún no llegaba, pero toda la cháchara se cortó. Todos se giraron a presenciar la inminente discusión—. ¿Acaso escribes sobre lo superior que crees que eres?

Estaba acostumbrado a sus comentarios.

—Mmm, es irónico, Song... —murmuró, sin siquiera mirarlo. No se sentía realmente intimidado; nunca lo hacía—. Tú solo me molestas porque tienes más fuerza que yo. Si eso no es aparente superioridad, entonces no sé qué lo es.

Mingi no se lo tomó bien, y lo supo desde el comienzo. Sin embargo, sus compañeros solo parecieron darse cuenta cuando, soltando una carcajada fingida y levemente espeluznante, levantó la mano con la botella de jugo abierta y derramó el líquido sobre su cabeza.

—¡Para que aprendas a quedarte callado!

A su alrededor, algunos rieron tímidamente, con culpa; otros solo observaron en silencio, y un par, los amigos de Mingi, lo animaron a seguir. Nadie hacía nada para detenerlo. Él se preguntaba si era porque tampoco lo soportaban o porque le tenían miedo, aunque no tenía importancia realmente.

Con el rostro tornándose cada vez más rojo de la ira, él se paró de su asiento y pasó su escuálida mano por sus ojos, quitando las gotas de jugo que le impedían ver.

—¿Qué crees que logras tirándome jugo encima, idiota? Al final del día, seguirás siendo el mismo imbécil que se desquita con chicos más débiles que él. Patético.

Enseguida levantó la vista, sin expresar más que hastío. A Mingi no le gustó aquello y soltó la botella de jugo, aproximándose peligrosamente.

—Me estás haciendo enojar, cerebrito —masculló

Sin embargo, él se quedó en su lugar.

—No me intimida la gente estúpida —aseguró antes de que todo se volviera negro.


© 2020 dankkitten

LA FILOSOFÍA DEL DESEO © vkookvDonde viven las historias. Descúbrelo ahora