𝐀𝐑𝐓𝐈𝐒𝐓 𝐋𝐎𝐕𝐄──𝐁𝐞𝐧𝐞𝐝𝐢𝐜𝐭 𝐁𝐫𝐢𝐝𝐠𝐞𝐫𝐭𝐨𝐧 ✧.*

𝐈𝐗

𝐈𝐗: 𝐄𝐝𝐠𝐚𝐫 𝐇𝐚𝐳𝐞𝐥𝐰𝐨𝐨𝐝

TRAS CENAR EN LA CASA BRIDGERTON, Alina fue de regreso a la mansión de Lady Danbury con una sonrisa feroz y acompañada de Benedict Bridgerton en el carruaje de la familia. Ambos estaban discutiendo sobre la nueva política de negligencia en las pistas de caballos cuando llegaron al destino de la castaña.

La chica se quitó las arrugas del vestido y se aseguró de estar bien peinada antes de salir.

—¿A que ha venido eso?—cuestionó él, riéndose por lo bajo.

Alina le dio un codazo en el hombro.

—Si Lady Danbury me viera salir de tu carruaje mal peinada y con arrugas en el vestido, la mataría del disguto.

—Me parece fatal que pienses que Lady Danbury no se fiaría de mi.

—Eres de lo peorcito de Londres.

—¿Y eso te gusta?

Alina habría supuesto que Benedict estaba bromeando sino fuera por la mirada potente que le lanzó. Sintió un vuelco al estómago y no tuvo narices de identificar que le estaba pasando a su cuerpo. ¿Eran náuseas? ¿Algo que le había sentado mal de la cena? ¿Se habría equivocado al calcular cuando le venía el periodo? La chica no tenía ni idea. Jamás había sentido algo tan gravitador y profundo dentro de sí misma y sentía que estaba a punto de derretirse. Benedict, sentado a su lado, hombro con hombro, algo totalmente mal visto en toda la alta sociedad pero que a ellos nunca les había importado hacer, la miró con sus ojos azules y apretó la mandíbula con fuerza, como si se estuviera conteniendo de hacer algo que deseaba muchísimo pero que en realidad sabía que no podía hacer.

Y es que Benedict quería hacer cosas realmente impropias con Alina.

El chico lo había admitido hacía bastante tiempo para sus adentros, pero jamas había tenido la sensación dolorosa de poder hacer algo con la que era su amiga, a solas, sin que nadie más los molestara. ¿Cómo de mal estaría que la hubiese besado en ese momento, que hubiera avisado al cochero de que les dejara a ambos en una posada y se hubiesen centrado a los deseos y la necesidades que Benedict sentía en cada centímetro de su piel?

—Ben...

Dios... Lo ponía a mil por hora cada vez que lo llamaba de esa forma. A lo largo de su vida, Benedict había escuchado ese diminuto de millones de personas, ya fueran sus amigos más cercanos, su madre y su padre o sus detestables hermanos. A todos ellos les había dicho que odiaba que lo llamaran de una forma la cual no se parecía en nada a la de su nombre, pero cuando esas breves sílabas salían de la boca de Alina, tan solo deseaba tenerla siempre cerca y dejar que ella le llamara Ben en susurros el resto de su vida. Y el tiempo que no estuviera pronunciando su nombre, a Benedict se le ocurrían trescientas formas distintas de darle un buen uso a la boca de Alina...