|𝐀𝐑𝐓𝐈𝐒𝐓𝐒 𝐋𝐎𝐕𝐄| «El amor es el arte de crear por la sensación misma, sin esperar nada a cambio,más allá del placer mismo del acto creativo.»
Tras años retrasando el momento, Alina Hazelwood debe enfrentarse a sus mayores miedos entrando...
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HYACINTH Y GREGORY BRIDGERTON ERAN UN DÚO TAN IMPREDECIBLE COMO PROBLEMÁTICO, lo cual era un verdadero tormento para su madre y sus hermanos mayores.
Ambos eran nerviosos, respondones y algo infantiles aún debido a su corta edad. Pero los dos eran listos, astutos, y a veces veían cosas que los adultos no veían.
Como el enamoramiento de Benedict por Alina.
Ellos fueron los primeros junto a su madre en detectar que su hermano mayor estaba realmente hasta las trancas de la jovencita.
Dos años atrás, cuando Benedict y Alina habían hecho muy buenas migas y pasaban las tardes juntas, Hyacinth y Gregory habían mantenido una conversación muy seria en el salón sobre ellos dos.
—Alina será una cuñada estupenda. Me prestara todos sus libros y sus vestidos y me enseñara latín y griego—dijo la menor de todos los Bridgerton.
—Y a mí esgrima y a montar a caballo—aprobó Gregory—. Aunque en realidad lo hará como amiga y no como cuñada.
Hyacinth frunció el ceño.
—¿No crees que Benedict pida su mano? Nunca lo había visto mantener esa fijación con una chica...
Gregory se encogió de hombros.
—Creo que se gustan. Es mas, creo que se aman... Pero simplemente no... No sé. Creo que algo siempre los impedirá estar juntos.
—Bobadas.
—Ojalá me equivoque. Pero no sé...
Y el joven lo decía totalmente en serio. Viendo a su hermano con la Señorita Hazelwood siempre tenía la certeza de que serían felices, pero al alejarse un poco y ver las cosas con perspectiva.... Siempre había algo que lo hacía dudar.
Mientras miraba a su hermano, Hyacinth sonreía al imaginar el futuro.
Visualizaba a Benedict y Alina casados, viviendo juntos y dejando atrás esos últimos dos años separados. Podía ver a Benedict, con esa mirada especial en sus ojos que solo Alina podía provocar, y a ella radiante y feliz, siendo la compañera de vida que él siempre había soñado. Pero no se detenían ahí sus fantasías. En sus sueños, Hyacinth veía también una casa llena de risas infantiles, de pequeños pies corriendo por los pasillos y de voces cantando canciones y contando historias. Podía imaginar a sus sobrinos, herederos de la alegría y la energía de Benedict y Alina, corriendo hacia ella con los brazos abiertos, llamándola «Tía Hyacinth» con un cariño que le derretía el corazón.
