Prólogo

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A veces, un solo golpe es lo suficientemente devastador para acabar con cada parte que conforma nuestro ser.

A veces, caemos en un abismo de penurias en el que difícilmente logramos divisar nuestro alrededor, una tristeza inconsolable y desgarradora que fragmenta cada pedazo de nuestro interior, almas irreparables ante los destrozos salvajes del dolor.

Este sentimiento termina asfixiándome en cada bocanada de aire que intento inhalar y se queda atorada en mi garganta en la exhalación como un pedido desesperado de detener aquella acción. 

Lo he pensado desde el instante en que ocurrió, lo he deseado con cada fibra de mi cuerpo. He rezado para estar yo en su lugar. Dios ha sido testigo de las veces en las que he implorado ir con ella, ser yo quien estuviera siendo carcomida por las plagas de aquel cementerio.

No debió ser ella. No mi madre.

Hoy, separadas por aquella frágil línea que divide la vida de la muerte, el sentimiento de soledad me hace sentir vacía al no encajar en este mundo extremadamente injusto. Sin ella, puedo escuchar a mi alma sollozar con cada parpadeo y a mi corazón hacerse añicos junto al minutero del reloj.

Los días han pasado como años enteros y mi sonrisa no ha vuelto a ver la luz de la vida, me sumerjo cada vez más en este abismo de tristeza absoluta que poco a poco se va llevando el brillo característico de estar viva.

A pesar de la preocupación de mi padre, me he negado rotundamente a abandonar mi estado de aislamiento. No es algo que pueda decidir, siquiera plantearlo. Fue ella quien se fue y, sin embargo, soy yo quien murió aquel día.

Mis pensamientos están latentes en mi mente, oigo voces en cada rincón de mi cuerpo y cuando alguien se percata de aquello y se atreve a preguntar:

-¿Estás bien?

Las voces atacan con fuerza en mi cabeza. "Sí, dile que sí".

Cansada de la falsedad de los demás, yo solo me limito a obedecer.

-Sí.

MI BOSQUEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora