Capítulo 52

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Las cosas siempre pueden empeorar un poco más.

Creo que a mis arterias se les hizo un nudo, porque de un momento a otro sentía que la sangre ya no circulaba por mi cuerpo.

El oxígeno dejo de llegar a mi cerebro y empezaba a ver manchas negros por todas partes.

El director seguía hablándome, sin embargo solo distinguía sus labios moverse y su rostro rebosando de preocupación.

Todo a mi alrededor se quedó mudo. Ni siquiera escuche mis pasos cuando me levante de la silla y salí de la oficina con pasos lentos.

Era como si las paredes se movieran, todo me daba vueltas y sentía como los cereales que había desayunado subían por mi esófago.

Se suicidó.

Mi mejor amiga, mi única amiga, mi confidente y consejera. La que me levantó cuando ni siquiera tenía fuerzas para respirar. La que me enseñó que no era la única que pasaba por todo este dolor, la que me mostró un mundo diferente donde las personas no estaban obligadas a ser superficiales.

La necesito, Santo Cielo! La necesito conmigo en este momento.

Mis piernas fallaron en el patio del colegio y caí rendida. Era increíble como ni una sola gota de lágrima había caído de mis ojos.

Simplemente me quedé allí, tendida de rodillas en el suelo frío.

Imágenes de Mai llenaron mi mente y nuestra última conversación seguía latente en mi cabeza.

Prácticamente me había suplicado ayuda, y yo la había dejado sola.

Todo esto es mi culpa, absolutamente todo.

Si no la hubiese dejado, si solo hubiese más en ella que en mis propios problemas.

Me secuestraron, lo sé, no pude hacer nada, pero pude haber evitado que saliera del baño aquel día, convencerla de que yo nunca la dejaría, que su orientación sexual solo me hacía admirarla más por tener el valor de ser diferente.

No me di cuenta de nada hasta que me encontraba corriendo por las calles, en dirección contraria a casa. Ni siquiera sabía donde estaba la casa de Georlia, pues él me había traído en su auto y prometió buscarme cuando terminaran las clases.

Corrí sin poder dejar de pensar en ella, y se me revolvió las entrañas al recordar que yo también estaba apunto de suicidarme ayer.

Lo hubiéramos hecho juntas.

Las lágrimas ya corrían por mis mejillas y yo no me detuve ni siquiera al escuchar la bocina de un auto. Lo ignoré y corrí por las calles con más prisa.

Divisé algunos árboles frescos y unas bancas, no lo pensé ni una sola vez y me senté en una de ellas.

Tapé mi rostro con mis manos y los sollozos desesperados inundaron el pequeño parque en el que estaba.

Lloré hasta que mis ojos se secaron y mi alma ya había expulsado una gran parte del dolor, que sin embargo, seguía siendo intenso.

Lentamente fui guardando silencio hasta que mi respiración irregular se iba regularizando.

Escuché unos frágiles sollozos cerca de mí y levanté la mirada para buscar de donde provenían. Divisé a una mujer de cabello negro y lentes empañados. No sé muy bien porqué, pero al instante me levanté y me dirigí hacia ella.

-Necesitas ayuda? -pregunté con la voz ronca de tanto llorar.

Ella asintió lentamente, pero seguía sin mirarme a los ojos.

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