Capítulo 25

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Ni la peor tortura se compara con tu traición.

Es increíble como pueden decepcionarte a tal punto de destrozar cada célula de tu cuerpo, dejándote vacía, rota, y ni el medicamento más fuerte puede apaciguar tu inmenso dolor. 

Piensan que nos curan, sin embargo, solo empeoran nuestra situación. Nos torturan y retuercen nuestras mentes, para que creamos en una mentira sin sentido. 

Este lugar es horrible y solo llevo tres días aquí. Ni si quieran quieren que hablemos con los demás pacientes. A qué le temen? 

<A que recuperen la cordura> espeta mi mente.

Exactamente.

Podría jurar que ni la mitad de estas personas entraron aquí con problemas mentales, sino que lo adquirieron con el pasar del tiempo.

Qué les hacen para que pierdan la cordura de ese modo? Que clase de inhumana tortura reciben estas personas? 

De repente escucho suaves golpes en la puerta y seguidamente se abre. Es Fabrizzio.

-Cómo ha amanecido la chica más bonita de este lugar? -pregunta al par que cierra la puerta atrás de él.

-Pues no hay mucha competencia que digamos -contesto.

Él sonríe mientras niega con la cabeza.

-Hora del medicamento? -pregunto cuando se acerca.

Mete una mano en su bolsillo y saca una jeringa con un líquido trasparente.

-Te ordenaron un inyectable para hoy -dice mientras lo extiende en su mano para que lo pueda ver.

Pongo una cara de consternación y susto al mismo tiempo.

Él se sobresalta al ver mi reacción y se apresura para añadir:

-Será rápido, lo prometo -y aumenta la intensidad en sus ojos.

Asiento y el se acerca.

Extiende mi brazo con mucha delicadeza y con su dedo índice y el del medio busca una buena vena en mi brazo. Lo encuentra y clava sus oscuros ojos en los míos.

-Respira hondo -espeta con preocupación.

Inhalo y exhalo profundamente y sin previo aviso siento un intenso pinchazo en el brazo.

-Ay! -exclamo.

-Ya casi... -dice pausadamente -Ya! exclama.

Rápidamente pone una gasa en el lugar en que clavó el inyectable. De manera inesperada sujeta mi mano y lo lleva a sus labios de la misma forma que lo hizo el día anterior. Me ruborizo.

-Lo has hecho muy bien -me consuela.

Me limito a asentir. 

Él sonríe y deja que me marche al jardín. A pesar de ser el jardín más horroroso y triste que he visto, es el único lugar en el que puedo sentir la brisa fresca y el cálido sol sobre mi piel.

Cuando llego hasta allí, disparo mi mirada hacia todas partes en busca de María. Ella y yo tenemos bastantes cosas en común y por algún motivo siento todo su dolor transmitido a mí en carne y hueso. 

Para mi desgracia, el sol se ha ocultado tras varias grises nubes que están preparadas para expulsar lluvia. Siempre me ha encantado la lluvia, me sentía acogida ante ella, pero ahora, solo significa que las nubes lloran mi tristeza y sufren mi dolor. Por lo tanto, hoy es un día aún más triste de lo normal.

Veo a María sentada en una esquina de las paredes con la mirada clavada nuevamente en ningún lugar en específico. 

Voy lentamente hacia ella, tratando de disimular de que quiero hablarle.

Llego hasta ella y me siento a su lado, inmediatamente clava sus ojos en los míos y sonríe.

-Yoselyn... -susurra.

-Cómo estás hoy? -le pregunto.

Ella asiente en forma de respuesta y baja la mirada hacia el marchito césped y pasa sus dedos por él.

Nos quedamos en silencio por varios minutos reconfortandonos a través de la presencia de la otra. 

-Aprovecha tu cordura -susurra de repente.

Mis ojos se clavan en los suyos tratando de descifrar en que sentido lo dijo.

-María... -empiezo -Qué les hacen en este lugar?

Siento como se tensa a mi lado, sin embargo, no me arrepentido de habérselo preguntado.

-Es horrible... -susurra.

Se ve tan asustada que hasta a mí me da miedo escuchar su respuesta.

De repente escucho pasos atrás de mi y me resulta inevitable estremecerme. 

-Llévensela -ordena una mujer.

Me volteo sobresaltada y la veo, es la perra de la doctora Nancy. 

Dos enfermeros que no conozco se acercan a mí y me sujetan con fuerza de los brazos, elevándome hasta que mis pies no sienten el suelo. 

-Suéltenme! -exclamo.

-Señorita Yoselyn, acaba de romper la décima regla de este lugar. Y déjeme informarle que pagará las consecuencias -dice la doctora y hace una pausa mientras enarca una ceja. -Llévensela.

Mi pulso se acelera de inmediato y el miedo se apodera de todo mi interior. 

-Ya es tarde -oigo susurrar a María.

<Ahora sabrás lo que les hacen> se burla mi mente.

-No! -grito.

Los enfermeros empiezan a avanzar dirigiéndome hacia un lugar desconocido. Pasamos por varios pasillos, y damos varias vueltas hasta que llegamos a una puerta de metal. Me bajan y mientras uno sigue sujetándome, el otro abre la puerta. Me sorprendo al ver nuevamente a la doctora.

Los enfermeros vuelven a elevarme y prácticamente me arrojan a una camilla. Me sujetas los brazos, las piernas, y la cabeza. Me ponen una extraña cosa desconocida en la boca y otro extraño objeto similar a unos audífonos por las orejas.

-A ciento cincuenta -ordena la doctora.

Trato de gritar pero la cosa en mi boca no me lo permite.

-Aprenderás a seguir las reglas. -espeta la doctora y luego le hace una seña a uno de los enfermeros que se limita a presionar un botón.

Siento todo mi cuerpo agitarse y temblar. Y una autentica corriente eléctrica atraviesa mis huesos. Siento que mi cráneo se parte en mil fragmento y múltiples espasmos se manifiestan en mi cuerpo. Mi columna se contrae y todo mi cuerpo se retuerce en ese fría camilla. 

Ahogo un grito que se estanca en mi garganta y por más que trato de gritar de dolor, no lo logro. Es la sensación más horrible que he sentido, y todo está asociado a la misma sensación que más odio.

La impotencia.

MI BOSQUEWhere stories live. Discover now