63. TRANQUILA, YA ESTAS A SALVO

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Una brisa de aire fresco me recorrió todo el cuerpo. Los sentidos se me activaron y poco a poco fui notando como una superficie dura y lisa se me clava por toda la espalda y en la cabeza. Abrí los ojos. Me recibió un cielo oscuro que poco a poco se iba aclarando. No había rastro ni de la Luna ni de estrellas. Comencé a oír una conversación que apena podía entender. Los brazos y las piernas me pesaban demasiado, como si en vez de sangre en las venas tuviera plomo. Intenté mover las manos pero las tenía atadas con una cinta de plástico duro por detrás de mi. Me moví y quedé tumbada de costado. La conversación cesó, alguien se colocó justo delante de mi y se puso de cuclillas apoyando los codos en sus rodillas dobladas.

– Mira quien ha despertado – me recibió una voz tan fría como la nieve y llena de ironía – La Cenicienta.

– En verdad, era la Bella Durmiente – la corrigió un chico joven que estaba cerca.

Enseguida reconocí las voces. Pensé en coger el destornillador que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón pero al no notar ningún bulto lo descarté. Era de tontos pensar que aun disponía de esa ventaja.

– ¿Ves que me importe? – preguntó Elena girándose hacia él bruscamente. El chico rubio le mantuvo la mirada y se encogió de hombros desinteresadamente.

Elena volvió a mirarme. Aún notaba los músculos entumecidos e intentar escapar me resultaría en vano. Mis alarmas se volvieron a activar con el paso de los segundos. Eché un vistazo rápido a mi alrededor. Veía conductos de ventilación y tubos, y una puerta grande de metal a lo lejos; la azotea.

Vi a Dylan, sentado con la espalda apoyado en un conducto que sobresalía del suelo. Tenía hematomas azules y verdes por toda la cara y sangre seca alrededor de la ceja derecha. Al lado suyo, estaba el Rubio vigilando que no hiciera nada. Tenía los puños rojos con sangre lo que significaba que igual Dylan había intentado algo y él lo había impedido. Se le veía agotado.

Lo extraño fue ver quién más estaba. Matt, el enfermo del póker. No dejaba de sonreír con sus dientes amarillos. Daba asco.

– Cuando te vi por primera vez no entendí por qué Elena iba detrás tuyo – comenzó diciendo. Su voz sonaba amortiguada, como si todavía estuviera bajo los efectos del sueño – Sé que hubieras servido para más cosas de las Elena hubiera imaginado. Y te lo digo yo, que soy un experto en el tema – se dio la vuelta camino a las puertas de metal. No sabía de que hablaba, pero tampoco me interesaba mucho – Ha sido un placer conocerte, Sara. Es una pena que no te vuelva a ver por mi casino.

Seguido, se adentró en el edificio cerrando la puerta tras de sí. Si presencia me había sorprendido pero empezaba a atar cabos en mi cabeza. Puede que Matt hubiera trabajado con Elena en todo esto, por eso la llamaban "La Jefe" y no "La Jefa" o "El Jefe" porque este último era Matt. Incluso él podía haberle proporcionado a la mujer tanto el escuadrón como aquella sala que había visto con la mesa central llena de hojas, la pizarra dibujada y los armarios llenos de armas. Sea lo que sea, no me podía permitir pensar en eso en aquellos momentos.

No había nadie más allí a parte de los ya nombrados. Volví la vista a Elena. El sudor le brotaba por la frente y llevaba la camisa manchada de sangre en la parte donde le había acertado la bala. Un trozo de tela le sujetaba el brazo haciendo de cabestrillo. Esta vez, no sonreía.

– Te has divertido ¿verdad? – comenzó diciendo mientras fruncía el ceño – Corriendo de un lado a otro, huyendo de mis hombres, jugando a "aquí te veo aquí te mato"... No sé si disfrutaste con ello pero yo sí, y mucho. ¿Pero sabes por qué? – hizo una pequeña pausa mientras acercaba su cara a la mía – Por que al final hemos acabado aquí, donde yo quería. Y tu has perdido el juego.

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