*Capítulo Siete: "Apasionados"

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Un segundo más sumida en aquella punzante espera, demencial e inmunda, y acabaría estallando en millones de piezas, que quedarían esparcidas en el suelo que reposaba bajo mis pies

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Un segundo más sumida en aquella punzante espera, demencial e inmunda, y acabaría estallando en millones de piezas, que quedarían esparcidas en el suelo que reposaba bajo mis pies.

—¡Maldición! —era la única palabra que resonaba en mi cabeza a cada minuto.

Me encontraba nerviosa por lo que estaba a punto de hacer, era un intento agonizante que buscaba rescatar lo único que valía la pena en mi vida.

Con las manos temblorosas y el corazón latiendo desbocado, me mantuve alerta, mientras una espesa neblina eliminaba cualquier rastro de buen juicio.

Por más que intenté, no conseguí pensar en un adjetivo calificativo que describiera al milímetro los sentimientos que me tenían cautiva desde muchas horas atrás. Mi razón no procesaba ni un solo pensamiento y mi cuerpo no respondía a mis llamados del instinto de supervivencia.

Por más quisiera —planeara— retractarme a esas alturas del juego, en el que sin querer estaba incluida, ya no existía —ni mucho menos era contemplado— un punto final.

Suspiré desganada.

Faltaba tan poco tiempo para que el reloj marcara la hora de la verdad, que mi sistema nervioso se exaltaba por cualquier minúsculo detalle que fuese extraño de lo común, incluso las hojas de los árboles moviéndose con una gracia natural por el accionar de los vientos, aturdía mis inquietudes ya desestabilizadas.

La brisa cálida de la noche en pleno nacimiento, se colaba indulgente por ventana entreabierta de la habitación, provocando el entumecimiento de cada rincón de mi cuerpo. Las prendas que vestía —si se podía llamar así a un pedazo de tela que no me cubría ni el apellido—, eran pequeñísimas e incluso en la soledad de mi alcoba, era víctima de la vergüenza al pensar que alguien me vería usando esos trapos.

Una sensación anormal se expandió desde mi estómago, impidiéndome respirar, causándole malestar; y deambulando de un lado a otro como un animal enjaulado, podía dejar mis huellas perforadas en el suelo por la fuerte presión de mis pisadas.

Levanté la mirada del piso y admiré la bella alcoba, decorada con perfección y alumbrada por la sutil flama de las velas aromáticas, que compré en una tienda comercial, y que marcaban mi fina sombra en las paredes. Las emociones más escondidas salieron a flote a medida que las pequeñas llamas temblaban, dejando mi defensa desnuda y apreciable a simple vista, estaba perdida.

Cada cierto tiempo, volteaba a mirar el amplio lecho matrimonial de sábanas blancas, que pronto no tendrían un minuto de descanso. El imaginarme compartiendo besos y caricias con Zhou Mi mientras las delgadas telas de seda nos acariciaban, me ruborizó, y si el esmalte de uñas no hubiera tenido un sabor tan horripilante, lo habría masticado hasta más no poder.

Cansada de dar vueltas en círculos por todo el cuarto, me senté en el borde de la cama para esperar el sonido de las llaves de Zhou Mi acaparar mis oídos en cualquier momento, y pese que mi dolorida espalda pedía a gritos recostarse, preferí no hacerlo; no quería marcar ninguna arruga que desordenara mi perfecta obra maestra.

[+18] Y por esa razón terminamos [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora