*Capítulo Diecisiete: "Lo que perdí"

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El número incalculable de situaciones en las que me detuve a pensar la razón de su carácter blandengue se encontraba fuera de mi comprensión

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El número incalculable de situaciones en las que me detuve a pensar la razón de su carácter blandengue se encontraba fuera de mi comprensión. Hice todo lo posible e imposible; pese a ello nunca comprendí porque mi madre no tuvo días malos en su calendario muy bien organizado que solo dividía entre: la familia y actividades extras. Ella solía esbozar una sonrisa armónica en sus labios al despertar; dándonos palmaditas en los cabellos se encargaba de transmitir su energía inagotable. Siempre cariñosa y alegre aunque estuviera muriéndose de cansancio, a pesar de que hiciéramos cosas que merecían un castigo severo; ella no nos reprendía, y, en muchas oportunidades, se reía a mandíbula tendida de nuestras travesuras. Jamás enfermaba, y si la aquejaba algún mal; prefería ocultarlo hasta las últimas etapas de la convalecencia. Ella era así de simple; sin embargo, la mujer de acero y de extensos cabellos negros que amarraba en una trenza; inició su decadencia emocional el día en el que mi padre se atrevió a traicionar su infinita confianza, al ser infiel en su propia casa. A partir de ese terrible acontecimiento, ella no mantuvo más el temple que desafiaba al mundo entero. Cambió a niveles insospechados y demoré demasiados años en comprender la magnitud del duro golpe que recibió por parte de un hombre que había jurado amarla. Después de todo, ella era un ser humano que tenía derecho a tener días malos.

—Perdón por ser tan poco empática con tu temperamento inmaduro, según mi punto de vista —musité tomando las grandes tijeras que reposaban a un lado de la mesa, que tenía derramado en un extremo restos de vino tinto.

Ella siempre nos decía que la mayor parte de los sentimientos profundos se almacenaban en los cabellos; por eso cuando papá desaparecía durante semanas y no teníamos noticias de él; ella nos relataba un tanto entristecida que podía sobrellevar la carga pesada de su ausencia aferrándose a su larga cabellera, que conservaba intacta desde el día en que lo conoció. Estúpida y cursi mujer. Mi madre era la mujer perfecta, pero tenía un defecto: era débil. Débil por amar y confiar ciegamente.

—No soy tan tonta como tú... Gracias por heredarme el don de la debilidad, mamá —un hipo me atacó, obligándome a expulsar aire de los pulmones. El sonido de las tijeras haciendo el trabajo para el que habían sido creadas, me sumergió en los dominios de la inmundicia, dejando de lado el horrendo y característico ruido del hipo. Un pequeño corte no menguó ni una centésima del dolor. Entonces, proseguí hasta llegar a mi mentón. Corté hasta desgarrar mi alma. Corté hasta que las piel de mi dedos se resquebrajó por la fuerza que utilizaba. Corté hasta que mi espalda sintió frió por la falta de abrigo que le brindaba mi cabellera. El vestido negro de noche descubierto en la parte trasera ya no era ocultado por mis hebras rubias—. Tu consejo no me sirvió después de todo. La tristeza no alcanza un punto crítico de agotamiento —le reclamé al viento que entraba por las ventana abiertas de la habitación—. ¿Qué prosigue? —pregunté con los ojos fijos en la nada. Nadie me respondió. Aguardé unos segundos, pero ningún hecho interesante ocurrió. Cansada de seguir en pie, me encaminé hacia el sillón para reposar.

Pisando los recuerdo de lo que alguna vez fue una larguísima cabellera bien cuidada con olor a coco; visualicé el amplio sofá de cuero marrón, que ocupaba la mitad de la pequeña estancia que parecía sacada de la revista de un diseñador prestigioso.

[+18] Y por esa razón terminamos [Finalizada]Where stories live. Discover now