*Capítulo Dieciocho: "Ella"

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Mi cabeza retumbaba demasiado, al punto se conducirme a la locura consentida por mi mente, que se convirtió en un ciclo de una cadena viciosa y sinfín

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Mi cabeza retumbaba demasiado, al punto se conducirme a la locura consentida por mi mente, que se convirtió en un ciclo de una cadena viciosa y sinfín. El malestar que se disipaba en la parte central de mi cráneo se asemejaba demasiado a la percepción de oír a una banda de thrash metal tocar un concierto junto a mis oídos; podía escuchaba las voces guturales del vocalista principal romperme los tímpanos, cómo cristales bajo una pesada roca; sin embargo, los golpes que sentía desde el interior de mi cabeza nada tenían que ver con ese tipo de música. En pocas semanas que llevaba de soltero me había percatado que beber hasta vomitar bilis era el punto de quiebre y más cuando pocos días antes debía haber celebrado cinco años de casado. ¿En qué me había convertido? O mejor emitido ¿De verdad este era mi demonio interno? Por supuesto, él seguía reconociéndome como su amo y señor. Con los ojos fijos en la luz descubría que ni el matrimonio logró asesinarlo; simplemente fue encadenado con grilletes de flores, pero al firmar su acta de libertad; él volvía a regir las órdenes macabras de mi vida, tal y como alguna vez lo hizo.

Antes de tomar la mejor decisión y divorciarme; mi estómago no conocía qué era ingerir alcohol; yo lo odiaba, pero aquel líquido fermentado me salvó de no pegarme un tiro en la cabeza. Las personas de mi entorno me consideraron un idiota por negarme a beber con ellos, pero tener un padre ebrio al que ocasionalmente veía y llegaba a casa para repartir golpes a cualquiera que se interpusiera en su camino, me ayudó a no ser un adolescente alcohólico, pero mis votos de hombre abstemio no iban más. En la actualidad no existía ni un día que no bebiera; no era imprescindible estar sobrio cuando lo único que me interesaba era morir.

Los párpados me pesaban y la acidez estomacal era el atacante principal de mi mañana. Abrí los ojos y estos se dirigieron al techo para buscar alguna anormalidad que, lógicamente, no encontré. Durante las tres semanas que llevaba viviendo en esa casa repetía el mismo ritual estúpido, ya que aún después de muchos años, quería asegurarme de no estar en ese horrible lugar.

Las extremidades inferiores me dolían; un frío terrible se deslizaba por mi pecho, ya que solo mis piernas eran abrigadas por unos vaqueros negros que no recordaba tener entre mis prendas; quise moverme; sin embargo, un peso extraño aplastaba mis dos brazos extendidos. Restándole importancia a la cosa que me tuviera prisionero; logré separarme de aquella molestia menor y asegurame que el collar, con las dos argollas de matrimonio que colgaba de mi cuello, siguiera en el mismo lugar. No podía perder ese objeto así mi vida dependiera de ello. Teniendo la certeza de conservar mi collar; me froté los ojos con ambos puños y me senté sobre la cama. Al mirar a cada uno de mis lados, encontré a dos mujeres cubiertas por una sábana dormir plácidamente. Mi primera impresión fue de turbación, pero un completo destello de luz, me recordó, a modo de advertencia, lo que había sucedido la noche anterior, y divisar varias cajas de condones tirados en el suelo recalcó la veracidad de mis recuerdos. Había excedido mis comportamientos.

—Lárguense —articulé; con la inflexión ronca gracias a un motivo desconocido. Puse mis manos sobre sus hombros y las agité de un lado a otro, pero ellas siguieron sin prestarme atención—. Váyanse —reiteré perdiendo la poca paciencia que me quedaba.

[+18] Y por esa razón terminamos [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora