Capítulo 4

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Cuando los forasteros llegaron a la comunidad de Circulantes quedaron fascinados ante sus gentes. Se trataba de un pueblo libre, sin leyes ni personas más poderosas que otras. Eran una familia, sus hogares eran carros tirados por animales y todas sus pertenencias cabían en unos cuantos bultos.

Los habían dispuesto entorno a un núcleo central en el que había una gran pila de madera y rocas; los niños correteaban por todo el campamento, las mujeres intercambiaban comida unas con otras, mientras los hombres cazaban y traían leños para el fuego. Vistos tal y como se mostraban, no distaban mucho de una aldea normal, salvo porque su apariencia era muy distinta a la de los habitantes del otro lado de la Montaña Nubia. La piel era muy morena y sus rostros estaban marcados por arrugas que los hacían toscos a la vista. Además de las huellas del sol, todos los miembros de la comunidad tenían unos tatuajes que ocupaban la parte derecha de sus caras: se trataba de un corte que nacía en la frente y descendía por la ceja hasta morir en la comisura de los labios, evitando dañar el ojo. Pero no era una marca cualquiera, tenía un tono negruzco como si hubiera sido pintada sobre una herida.

—Bienvenidos a la Comunidad de Circulantes, muchachos —dijo Soleys mientras bajaba de su Bestia Indomable—. Somos gentes tranquilas, pero no nos gustan mucho los forasteros, así que dejadme hablar a mí y todo saldrá bien.

—Espero que no te metamos en un lío.

—Tranquilo, Anders. Aunque será mejor que el grandote no abra mucho la boca. —Alerigan soltó un bufido de resignación—. Más que un pueblo, somos una familia, y como toda familia tenemos un patriarca. Se llama Kindu y es un poco, ¿cómo decirlo? ¿Bruto? ¿Tosco?

—¿Rudo, quizá? —preguntó Anders.

—Sí, eso es, rudo. Vayamos directamente a hablar con él. Tú —señaló a Alerigan—, coge a la chica e intenta que no se vea demasiado.

Dicho esto, el muchacho envolvió a Nym entre las capas, tapándola como pudo, y siguieron a Soleys por el campamento.

Había una gran tienda de campaña hecha con retales de varias telas diferentes y resultó ser el hogar de Kindu. Al adentrarse en ella se sorprendieron, ya que el suelo era una suma de desiguales alfombras unidas sin esquema ni continuidad, había varios cojines donde permanecían sentados miembros de la comunidad e instrumentos musicales de todo tipo rodeaban la sala, dato que no pasó desapercibido ante los ojos del joven bardo de Festa.

Aún no conocían a Kindu y allí había varias personas, pero no fue necesario señalar al líder. En el centro de la sala se encontraba sentado un hombre de cabello negro decorado con finos hilos de plata en la zona de la sien y su piel era más dorada que la del resto de los Circulantes que habían visto hasta ahora. Cuando se puso en pie y avanzó hacia ellos, sintieron cómo ellos mismos iban menguando poco a poco. Debía de medir por lo menos tres metros y su espalda era tan ancha como la suma de Anders y Alerigan.

—Soleys, ¿cómo te has atrevido a traer a forasteros a nuestro campamento? —Tenía un aspecto tan fiero que los muchachos retrocedieron ante su voz grave.

—¡Hola, Kindu! Será mejor que bajes el tono, creo que están a punto de mearse encima. —Soleys se puso delante de los chicos haciendo de barrera entre ellos y el gigantesco líder de los Circulantes—. Ya sabes cómo son las gentes de los bosques: todo es flores y primavera, ¡son unos debiluchos!

—No nos gusta que tomes decisiones sin consultarnos. ¡Debiste preguntarnos primero!

—Sí, sí, pero son buenos chicos. Además, su amiga está enferma. Si los llego a dejar solos en el desierto, ahora mismo serían comida de fanghor. —Alerigan aprovechó para dejar ver el rostro enfermo de Nym—. La chica necesita de mis cuidados, y tienen una buena saca de monedas.

La Sombra de MiradhurWhere stories live. Discover now