Capítulo 5

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El aire hacía pequeños torbellinos de arena entre los dos combatientes. Ambas armas desenfundadas y sedientas de batalla a la espera de que alguno de los rivales realizara el mínimo movimiento. A su alrededor, los Circulantes admiraban la situación, la majestuosidad de dos guerreros muy diferentes dispuestos a batirse en duelo hasta que uno de ellos desfalleciera, porque ninguno se rendiría ante el otro, ninguno reconocería la superioridad de su adversario.

Alerigan miraba fijamente a su rival, analizándolo: «Es grande y su arma pesada, probablemente lento, pero no lo sé con certeza. Veo la seguridad en su mirada, por lo que debo esperar cualquier sorpresa. No puedo darle respiro». Entonces, se dirigió hacia su rival en un baile frenético de estocadas. Kindu estaba sorprendido ante la ligereza de los movimientos de su amigo, sutiles y muy diestros, casi felinos, por lo que no tuvo otro remedio que retroceder y dejarse ganar terreno por el guerrero de la primavera. Esto hizo que Alerigan se confiara y continuara su danza metálica, intentando ofrecer un gran espectáculo a los que se acercaban a contemplarlo, girando sobre sí mismo y asestando golpes con cada giro.

Kindu solo necesitó esperar el momento adecuado, por lo que se mantuvo expectante, hasta que uno de esos acrobáticos giros bastó para desestabilizar el cuerpo de Alerigan y causar una ligera bajada en la defensa, invisible a ojos inexpertos en el campo de batalla. Llegado este momento, el Circulante propinó un fuerte mandoble horizontal con el canto de su hacha que envió a Alerigan a dos metros de distancia, rodando por el suelo hasta chocar contra un barril.

—¡Te falta madurez en el combate, muchacho! —dijo Kindu entre risas, al ver cómo Alerigan trataba de levantarse sacudiéndose el polvo del cuerpo con mucha dificultad—. Te puede el orgullo, pero eres habilidoso, de eso no hay duda.

—¿De qué me sirve tanta habilidad si de un golpe me has devuelto a los bosques de Festa? —Alerigan no paraba de escupir arena mientras caminaba hacia su rival, arrastrando la pierna izquierda.

A pesar de que le hubiera golpeado con el canto del hacha, había sido un impacto durísimo a la altura de la cadera que le había dejado casi inútil de cintura para abajo. Ahora podía moverse, pero sabía que con el paso del tiempo el dolor aumentaría.

—Eres fuerte y te mueves bastante bien, pero no tienes un arma a tu nivel… ¡Ni siquiera le has puesto un nombre! ¿Cómo pretendes llegar a algo con ese estúpido pincho para asar carne de jabalí? —Kindu se acercó y lo ayudó a avanzar hacia su tienda—. Chico, te voy a dar una valiosa lección a la hora de combatir: tu arma es una parte de tu cuerpo, tan importante como tu brazo, tu pierna o tu corazón. Si luchas como si ella fuera simplemente un trozo de metal, nunca serás un gran guerrero. Tiene que ser parte de ti, tu fuerza, tu amiga, una extensión de tu propio cuerpo. Recuérdalo siempre, muchacho. —Soltó al chico en la entrada de la tienda, dejándolo caer en el suelo con suavidad—. Ahora tengo que marcharme, ¡hay muchas cosas que preparar para la gran noche!

Alerigan se quedó sentado en la tienda, pensando en el consejo de Kindu. Nunca había sentido ningún apego hacia su espada de la forma pasional con la que hablaba él; en su opinión solo era un objeto, y el único consejo que había utilizado hasta ahora era: «ensarta al enemigo con ella».

Esbozó una sonrisa, mientras pensaba: «No es un mal consejo, después de todo».

—Me da miedo preguntar qué se estará pasando por esa cabezota.

Anders estaba sentado dentro de la tienda escribiendo en su libro, como siempre, y había permanecido en silencio respetando el momento de Alerigan y Kindu.

—Parece que has recibido un buen golpe, hermanito, ¿te encuentras bien?

—Sí, creo que la mayor herida la ha sufrido mi orgullo. —Se echó a reír—. ¿Qué escribes esta vez?

La Sombra de MiradhurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora