Capítulo 35

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Las piernas le temblaban, pero no era el momento de flaquear. Huía del claro en dirección a la entrada de Eluum en busca de protección y necesitaba contarle a su padre lo que había visto. Una extraña mujer y el Sumo Sacerdote de los atherontes hablando de atacar una ciudad humana. No entendía en qué consistían sus planes, pero si empezaban a manifestarse de esa manera solo podía significar que algo importante se escondía en la ciudad.

Continuaba corriendo, mientras las ramas de los árboles que no alcanzaba a esquivar le azotaban el cuerpo, provocándole cortes allá donde le tocaban. Aunque su carrera era rápida y estaba concentrada en la huida, Shei'lea atisbó a tiempo una sombra alta que se disponía a interceptarla en el camino. Pero antes de poder esquivarla, una fuerza invisible la golpeó con tanta fuerza que la impulsó varios metros hacia atrás, cayendo en el suelo de cuclillas con gran destreza.
—Eres rápida, pequeña, pero no lo suficiente.

—¿Creéis acaso que no os había visto? —Shei'lea se mantuvo en la posición de caída, con un brazo apoyado en la tierra y el otro alzado con los dedos estirados. El cabello enredado le caía en el rostro, ocultando la expresión de su cara.

La mujer salió de la espesura y se mostró ante ella. Era la misma que había estado hablando con el Sumo Sacerdote, debía de haberla escuchado al huir, o quizá la había sentido con su magia.

—Eres una muchachita entrometida, no deberías andar por el bosque escuchando conversaciones ajenas, y mucho menos entre dos adultos. —La voz de la mujer era como si a través
de sus labios hablara una serpiente, arrastrando la lengua, casi siseando—. Así que tendré que darte una lección.

La mueca que apareció en la cara de Shei'lea a través de la maraña de pelo era lo menos que se esperaba la mujer, una sonrisa de autosuficiencia junto con un suspiro.

—Siempre podéis intentarlo, anciana.

—¿Anciana? ¿Cómo te atreves, niña insolente?

La ira hizo que la mujer no se percatara de la situación que había propiciado Shei'lea, y se abalanzó hacia ella cargando un hechizo en su mano derecha, que brillaba debido a la magia que concentraba.

—Craso error... —susurró la niña para sí misma.

En cuanto la bola de energía que la atheronte había creado alcanzó el área que Shei'lea había estado instaurando durante el diálogo, toda la magia que había concentrado en su mano unida a la ira del ataque fue reflejada e impactó de nuevo contra ella, que esta vez no estaba preparada y fue alcanzada de lleno por su propia magia.

Shei'lea recuperó su postura erguida, pues el hechizo ya había sido establecido.

—Creía que seríais más lista y detectaríais mi conjuro en seguida. Está claro que no se puede esperar mucho de la gente como tú. Os gusta más la palabrería y menos la magia de verdad.

La atheronte se levantó con torpeza, sujetándose el brazo con el que había lanzado el hechizo que ahora estaba quemado y, a través de las ropas consumidas, se veía la musculatura desprotegida de la capa de piel.

—¿Dónde... cómo has podido hacer eso? ¡Es antimagia!
—Las apariencias nos han engañado a ambas. —Shei'lea la miró con dureza—. Yo pensé que eráis una poderosa hechicera y vos pensasteis que yo era una niña inocente. Las dos hemos fallado.

—Contesta a mi pregunta, niña —gritó la mujer aún sujetándose el brazo con dolor, el calor continuaba quemando lo que quedaba de él, ahora los huesos de la mano quedaban a la vista.

—Los lia'harel aún conservamos gran poder, no nos subestiméis o será el último error que cometáis. Ve y vuelve con los tuyos —dijo con voz autoritaria—, muéstrales lo que una niña te hizo y diles que estos bosques siguen siendo nuestros, que intenten arrebatárnoslos... si es que se atreven.

La Sombra de MiradhurWhere stories live. Discover now