Capítulo 20

4 0 0
                                    

Pasaron la noche en la entrada de la cueva con un pequeño fuego que consiguieron prender pese a la humedad de la madera. Había sido un momento mágico bajo la lluvia, pero ahora al estar mojados el aire los estaba congelando. Comieron fruta que les había dejado Bilef en una de las bolsas, y una vez más pensaron en todo lo que le debían a aquel muchachito que se había jugado la vida por darles la libertad de nuevo.

Parecía que a Alérigan ya se le había pasado el efecto de la pócima de Soleys y la euforia del momento lo abandonó, pero ahora se sentían mucho más animados tras saborear la libertad.

La lluvia no cesaba y los hermanos deseaban pasar la noche tumbados sobre la suave maleza del bosque, pero así sería imposible.

—¡Eh, Anders, te echo una carrera!

Dicho aquello, Alérigan se levantó rápido como un depredador listo para cazar y comenzó a correr.

—¡Tramposo! —gritó Anders, mientras salía corriendo tras su hermano.

Eso era lo que necesitaban, ahora se sentían como en casa esquivando los troncos de los árboles, saltando por encima de las enredaderas, y limpiándose la lluvia de la cara. Alérigan llevaba bastante ventaja a pesar de su herida y miraba constantemente hacia atrás, viendo a su hermano esforzarse al máximo para darle alcance. No solo era más rápido que Anders, sino que sus largas piernas le proporcionaban una gran zancada imposible de igualar por los pasos pequeños de su hermano y esa forma tan peculiar que tenía de correr.
Cuando llevaban un buen rato corriendo, Alérigan alcanzó un claro del bosque y decidió parar para esperar y recuperarse del dolor que aquello le había causado. Notaba que gracias a la última pócima había mejorado notablemente, pero aún no estaba recuperado. Anders se frenó en seco y se agarró el pecho, mientras respiraba con cansancio.

—¡Eres un tramposo, hermano! —dijo el bardo entre respiraciones profundas—. ¡Siempre igual, cuando éramos pequeños no parabas de hacerme trampas!

—¿Has oído eso, Anders? —De nuevo el aguzado sentido del cazador hablaba a través de él.

—¡Sí, claro! Ahora yo me haré el tonto y tú volverás a salir corriendo.

—No, hablo en serio. Sígueme.

Alérigan se agachó y comenzó a andar agazapado. Su hermano se encogió de hombros y lo imitó. Caminaron así durante unos minutos con Alérigan deteniéndose de vez en cuando para escuchar con detenimiento y cambiar de dirección.

De pronto, vieron unas figuras blanquecinas que se movían al este de su posición. Ambos se agazaparon aún más, como acechantes bestias de la noche, y se dirigieron al lugar donde se movían aquellas figuras fantasmales.

Era un grupo de personas o eso parecía. Iban ataviados con unas largas túnicas blancas con capucha que les tapaban el cuerpo entero y rozaban prácticamente el suelo, lo que hacía parecer que flotaban en el aire. El frufrú de las suaves telas en movimiento era un sonido casi hipnótico para los muchachos que observaban el espectáculo. Habían estado cien veces en los bosques y nunca habían visto nada parecido.

La primera persona que avanzaba en el grupo llevaba entre sus manos una especie de vasija de un metal plateado que brillaba casi tanto como las estrellas. La llevaba con los brazos elevados
por encima de su cabeza llenándola con agua de lluvia, como si fuera una ofrenda de algún tipo. Los demás llevaban las cabezas bajas, y cargaban cestas con frutas y verduras en los brazos. Sin duda era una ofrenda, pensaba Anders.

Los muchachos decidieron seguirlos en silencio y observar adónde se dirigían. Caminaron durante largo rato entonando una especie de salmo que les resultaba desconocido. Tampoco reconocieron la extraña lengua que usaban.

La Sombra de MiradhurWhere stories live. Discover now