Capítulo 31

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Sentado a los pies de la cama con la mirada fija en la botellita de cristal que tenía en la mano, Alérigan suspiraba con indecisión bajo la atenta mirada de su hermano y de Ishalta. Había tenido claro lo que hacer hasta que el momento se hizo inminente. Ahora, postrado en aquella habitación semivacía y rodeado de gente que lo apreciaba, se preguntaba si merecía la pena arriesgarse a no despertarse jamás.

—Estamos contigo, hermano —le dijo Anders, al detectar el titubeo en su semblante—. No me iré de aquí mientras estés durmiendo, te lo prometo.

—No es necesario, estaré bien.

—Cuando te la tomes —explicó Ishalta—, tardará un breve periodo de tiempo en hacer efecto, irás notando cómo vas perdiendo sensibilidad por todo el cuerpo y tus sentidos irán menguando hasta que pierdas la consciencia del todo.

—¿Pasará mucho tiempo? —preguntó Alérigan, sin apartar la vista de la pócima.

—Para ti se hará bastante largo, pero nos quedaremos contigo. No tienes nada de lo que preocuparte.

Ishalta le dedicó una sonrisa dulce mientras cogía una silla y la acercaba a la cama para sentarse a su lado. El muchacho la miró y, con un asentimiento, le agradeció el gesto. Ishalta había cambiado mucho la actitud con él desde que descubrió el terrible pasado que le había azotado durante su infancia.

—No quiero hablar de nada, quiero olvidarme de todo por un momento.

Entonces, Anders tomó una silla y la colocó al lado de la de Ishalta. Sacó un pequeño libro ajado con olor a humedad y lo abrió por una página que tenía doblada por la esquina superior con mucho cuidado. La humedad había conquistado todas las páginas y les daba un color cerúleo, cosa que Anders adoraba.

—Hace unos días encontré una historia —comentó—. Ishalta me regaló este libro cuando estuvimos en el templo de los Buscadores de la Luz. ¿Qué te parece si mientras la pócima va haciendo efecto te leo esta historia?

—¿Y por qué no me cantas una nana? —dijo Alérigan con tono de burla.

—Porque no he tenido tiempo de hacer gárgaras para aclararme la voz. —Anders le sonrió—

Mientras escuches la historia, no pensarás en nada. ¿Lo tomas o lo dejas?

—Tienes razón.

El tapón hizo un sonido fuerte al extraerlo del gollete de la botellita. Alérigan miró a sus dos amigos y respiró hondo.

—Recuerda que solo debes darle un pequeño sorbo —insistió Ishalta muy preocupada. Alérigan levantó la botellita en gesto de brindis y dio un sorbo.

No sabía cómo calificar el sabor de la pócima: era como si no hubiera tomado nada, pero notaba que algo bajaba por su garganta, como un soplo de aire suave y sutil, como un susurro. Ahora entendía el porqué del nombre que le habían dado a la pócima.

—Ya estoy listo —dijo con una voz un poco extraña. Notaba cómo la lengua le pesaba.

—Ya está empezando a hacer efecto, por eso notas que te cuesta hablar. Túmbate en la cama y deja que tu mente vuele hacia la historia que te va a contar Anders.

—Érase una vez que se era... —comenzó el bardo.

—¿Por qué siempre empiezas tus historias igual? —preguntó Alérigan, con una voz digna de un borracho callejero que llevara bebiendo desde el amanecer.

—Porque es mi forma de darle un toque personal, todos los bardos lo hacen. Si cuentas la historia tal como viene escrita, no tiene gracia —respondió Anders, indignado.

—¡Dejaos de tonterías! Anders, empieza de una vez, que se va a quedar dormido sin enterarse de nada.

—Bien, empiezo de nuevo y esta vez sin interrupciones. —Anders carraspeó y volvió a empezar—. Érase una vez que se era, una época en la que el mundo no era mundo. Una época en la que el vacío era lo único que existía. La Dama de la Tierra pasaba los días en soledad y la tristeza se iba apoderando de su alma con el paso del tiempo; pero cuando creía que estaba perdida, Eaferet apareció para ocupar el vacío tan grande que ahogaba su corazón. «No os sintáis sola, mi señora, pues aunque seamos opuestos estamos condenados a nuestra eterna compañía», le dijo el Dios del Orden, a lo que la Dama Tierra contestó: «Nuestra eterna compañía no tiene por qué ser una condena; podemos olvidar nuestras diferencias por un momento y disfrutar del calor que nos podamos proporcionar el uno al otro».

La Sombra de MiradhurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora