Capítulo 18

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La humedad del ambiente se les estaba metiendo en las articulaciones. Los dolores de Alérigan habían aumentado desde que los habían llevado a aquellas catacumbas, que a pesar de todos los años que llevaban en el gremio no habían visto nunca. Eran unos calabozos oscuros dentro de la misma piedra de la montaña, y bastante amplios, o eso creían ellos, ya que no veían fondo a través de las tinieblas. Habían encadenado a cada uno de los hermanos en una esquina de la celda y desconocían cuánto tiempo llevaban allí.

Fueron arrastrados montaña abajo sin ninguna delicadeza, por lo que el descenso se les había hecho bastante rápido, sobre todo a Alérigan, que pasó la mayor parte del trayecto en un nivel de consciencia entre un mundo y otro, incapaz de hablar, incapaz de detener el avance hacia el gremio. Cuando llegaron los guiaron directamente a las catacumbas, y desde el momento en que las puertas de la celda provocaron el retumbar de la piedra, no volvieron a oír ni a ver nada, solo aquella puerta al inframundo que parecía devorar hasta la respiración de los hermanos.

Lo que peor llevaba Anders era la pérdida de la noción del tiempo: no tenía ni la menor idea de cuánto llevaban allí encerrados. Podían ser horas, o días, o quizá semanas. No lo sabía. Además, podía oír cómo la tos de Alérigan empeoraba por momentos en ese ambiente húmedo y frío. Oía su sufrimiento tan alto como el retumbar de los tambores en un Joqed, pero no podía ver nada y las cadenas le impedían aproximarse hacia donde imaginaba que estaba su hermano.

El bardo comenzó a notar cierta debilidad, posiblemente porque llevaban mucho tiempo sin comer. No podía creer que sus compañeros del gremio les estuvieran haciendo eso, era cruel e
innecesario. Sobre todo viendo el estado de salud en el que se encontraba Alérigan, cuya respiración se debilitaba cada vez más sin los remedios de Soleys.

«Soleys... ¿será este mi final?», pensaba Anders sin remedio. Pero decidió que no se dejaría vencer tan fácilmente, no sin luchar.

—¿Alérigan? —le susurró. No hubo respuesta—. Alérigan, por el Padre, dime que me estás oyendo. —Siguió sin haber respuesta—. ¡Alérigan!

—¡Calla, estaba intentando dormir! —En la oscuridad, Anders pudo detectar el tono burlón de siempre, pero sabía que estaba mintiendo—. ¿Qué te pasa? ¿Te da miedo la oscuridad?

—Ja, ja... Muy gracioso... ¿Cómo te encuentras?

—¿Sinceramente? —preguntó Alérigan.

—Sinceramente.

—Creo que estoy en las últimas, Anders. —La voz sonaba entre castañeteos de dientes—. Aunque cabe la posibilidad de que me vuelva loco antes de morir y acabe matándote a ti primero.

—Se oyó lo que parecía una risa, oculta entre los extraños ruidos que emitía el joven moribundo.

—No puedo creer que nos estén haciendo esto. ¡Hasta hace un par de semanas estábamos entrenando juntos en ese patio!

—Eso ya no importa, hermanito. Hemos decepcionado a Glerath y este es nuestro castigo. Moriremos aquí... en el olvido. —Las palabras iban desvaneciéndose poco a poco en su garganta y cada vez eran menos perceptibles.

—¡Me niego! —Anders se enfureció y se levantó del suelo, seguido del tintineo de las cadenas—. Encontraré una forma de salir de aquí, no te preocupes.

Pero esta vez no hubo más respuesta, ni broma irónica que proviniera del otro extremo de la cueva, solo hubo silencio, lo que hizo que Anders se temiera lo peor. Por suerte, el castañeteo de los dientes reveló que aún le quedaba algo de vida en el cuerpo.

El chico comenzó a explorar a través del tacto el poco tramo que le permitían sus cadenas, pero no encontró nada, y cuando se disponía a tirar la toalla, una luz se aproximó hacia ellos proveniente de una especie de pasillo que llegaba hasta la caverna. Por un momento aquella luz cegó a Anders, que se obligó a abrir bien los ojos para examinar por completo la cueva en pos de encontrar y memorizar la ubicación de una salida. A pesar de ello, lo único que pudo vislumbrar fueron unas dimensiones gigantescas de gruta habitada por estalactitas y estalagmitas.

La Sombra de MiradhurWhere stories live. Discover now