Capítulo 28

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Ella esperó pacientemente a que todos estuvieran distraídos en sus quehaceres y, cuando se le presentó la oportunidad, corrió con todas sus fuerzas en dirección a la salida, hacia el mundo de arriba, el de los humanos.

Cuando atravesó las puertas de Eluum el cambio en el aire que respiraba le impactó, pero eso no le impidió levantar la vista y disfrutar de cómo la luna llena le bañaba la piel, dibujando los caminos de savia propios de su raza. Era una sensación única, reparadora, de la que solo los lia'harel eran conocedores.

Lo había conseguido: estaba en la superficie, en los bosques de Festa.

No perdió la oportunidad y continuó corriendo, esquivando la maleza de un bosque que parecía querer detener su huida. Una vez, su padre le contó que era la Madre intentando que dejara de hacer locuras por querer emprender aventuras peligrosas e innecesarias, y que se centrara en la vida que le había tocado. Lo que su padre no sabía era que ella también era consciente de los cambios que se estaban produciendo a pesar de su corta edad, ella también sentía los temblores en la tierra y los movimientos erráticos de los animales.

Sacudió la cabeza tratando de eliminar a su padre de sus pensamientos, era la única cosa que le había impedido perseguir sus sueños hasta ahora, el amor tan grande que sentía por él la paralizaba. Pero ahora ya no importaba porque al fin había tomado la iniciativa y se marchaba de Eluum, y continuó su partida con la mayor velocidad que le permitían sus piernas, aún cortas por no haber alcanzado la madurez.

A medida que avanzaba, se percató de que la maleza se iba reduciendo; solo podía significar una cosa: «Humanos», pensó la niña mientras trepaba por el árbol más cercano para tener una mejor visión del lugar. Siempre se le había dado bien trepar, su padre decía que cuando era tan solo un bebé ya se encaramaba a los árboles cuando él se despistaba, pero con el paso del tiempo los lia'harel dejaron de subir a la superficie y en Eluum no existen árboles, solo hay tierra y túneles construidos con las raíces de los árboles que a ella tanto le gustaba trepar.
Cuando llegó a la cumbre se dio cuenta de que no se equivocaba, había humanos por los alrededores. Justo frente a ella se encontraban unas pequeñas casas de madera con techos de paja amarillentos, algunas de ellas tenían chimeneas en el techo de las que salía un humo oscuro. Debían de estar en el interior, calentándose del frío o probablemente tomando una deliciosa cena en familia. Cuando la niña veía esas cosas no se creía el peligro del que hablaban los demás miembros del clan, ella solo veía familias humanas al igual que ellos eran una familia de lia'harel.

Aunque pasó largo rato observando aquellas casitas, que vistas desde tan alto parecían de juguete, no tardó mucho en dirigir la mirada hacia lo que se alzaba a lo lejos de una forma majestuosa: el gremio de los Hijos de Dahyn. Había dos estatuas enormes en la entrada, en las faldas de la cadena montañosa, con la apariencia de dos hombres armados con lanzas y escudos, además iban cubiertos por una enorme armadura y un casco que terminaba en cuatro puntas sobre la cabeza de los guerreros. Su padre le había hablado de esos hombres, decía que eran guerreros muy hábiles y que en el pasado vieron tiempos mejores.

—Sabía que acabarías deteniéndote en este punto —dijo una voz tras la pequeña, también encaramada al árbol.

La figura avanzó y se sentó en la rama al lado de la chiquilla.
—Y yo sabía que te habías dado cuenta de mi partida desde el principio, padre.

—Mi dulce niña, sabes que para mí eres como un libro abierto, puedo prever cada uno de tus movimientos antes incluso de que se te pase por la cabeza. —Su padre le sonrió y le pasó el brazo por los hombros, acogiéndola hacia él.

Para Sefiir era imposible no adorar a su hija. A pesar de que hacía una travesura tras otra y era imposible de controlar, él veía en ella todo lo que echaba en falta de su madre. Shei'lea era el miembro más joven del clan, con sus ciento veintiuna primaveras no había vivido ni una décima parte de su vida, y no podía recordar otros tiempos que no fueran aquellos en los que su clan vivía bajo tierra y se ocultaba hasta de su propia sombra, cosa que le costaba mucho entender. Pero Sefiir comprendía lo que su niña sentía, ella veía que eran fuertes, poderosos y no sabía de qué se ocultaban en realidad.

La Sombra de MiradhurWhere stories live. Discover now