Capítulo 8

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Los fugaces rayos de sol que entran por el ventanal de la habitación me ponen en alerta dándome un golpe en el pecho que me atonta más aún ante mi descubrimiento. Me he quedado dormida con la cabeza apoyada en la cama de Chase y sosteniendo su mano ¡Su mano! Sea lo que sea que haya ocurrido anoche, Dios me ampare. Yo solo recuerdo haberme sentado en el suelo, escuchar su explicación del porqué teme quedarse solo cuando está enfermo, después de eso... no hay recuerdo.

Chase está dormido, lo que es un alivio.

Me suelto de su mano con cuidado, procurando no despertarle y me levanto del piso sin emitir ruido. No quiero que me vea por la mañana en su habitación porque seguro no será misericordioso esta vez y sí se reirá de mi pijama, del nido que traigo como cabello —por ahí dicen que este cabello alborotado es la última moda en Francia—, de las ojeras y el aliento a muerte que, como todo ser humano, traigo por la mañana. Además, no quiero recordar lo que pasó ayer, solo fue una tregua, ¿de acuerdo?

Miro su rostro dormido. El estómago se me revuelve. Pato está dormido sobre los pies de Chase, estira sus patas y sacude la cabeza.

Mala señal: es hora de huir.

Salto a mi balcón y me meto en mi habitación. La espalda me duele un edificio, por lo que me estiro justo cuando entro a mi habitación.

—Allí estás, Michelle.

Pego un grito ahogado cuando, al abrir mis ojos, veo a Anne sentada frente al ventanal con las piernas cruzadas y la espalda recta. Está sentada como lo haría mamá para darme un sermón de mala muerte.

—¡Dios, por un momento pensé que era mamá! —exclamo agarrando mi pecho y sacando todo el aire que retuve en mis pulmones al escucharla.

—¿Puedes explicarme por qué vienes del balcón de al lado? —agita sus brazos dramáticamente, como solo ella lo hace—. Puedes explicar ¿por qué desperdiciaste este rico helado de chocolate? —me extiende el envase de helado de chocolate vacío, ella se lo ha tomado todo.

Me apronto a cubrirle la boca con mis manos, pero ella forcejea para zafarse.

—Cállate, mensa —digo caminando hasta la puerta cerrada de mi habitación. Agudizo mi audición cuando pongo la oreja junto a la puerta—. Llamarás la atención de mamá.

Anne se levanta del suelo para sentarse sobre mi cama. Recorre con su dedo índice el interior vacío del envase del helado, luego, me mira con severidad.

—Quiero detalles, Michi —lanza el envase de helado al suelo y se cruza de brazos. Lanzo un suspiro recogiendo el envase—. Lujos y detalles, amiga.

—Bien, te contaré todo... con lujos y detalles.

Cierro con pestillo la puerta. No es que sea paranoica, o algo por el estilo, es que si mamá se entera por equis motivo que dormí en el cuarto de un chico me mandará a un internado de chicas. Y no exagero, planeaba hacerlo a comienzo de año cuando su hermana, la tía Marie, la intentó convencer. Mis primas —de las cuales poco sé— estudian en un internado y, por lo que se ve en las fotos, la pasan de lo peor.

Me apronto a cerrar la ventana también, por si acaso.

—Anoche, cuando me preparaba para ver El diario de Bridget Jones, mi gato pidió que le abriera la ventana —Anne presta tanta atención que me da miedo verla tan seria—. Supuse que era para entrar, pero no, saltó hacia el balcón de al lado, hacia la habitación de Chase.

—Uy, se pone interesante —acomoda su trasero entre los almohadones sobre mi cama—. ¿Entonces?

—Entonces, me asomé y Chase me llamó, se oía tan mal que fui a verlo —una sonrisa perversa surca el rostro de Anne. No planeo mencionar la clase de pensamientos que ella debe estar teniendo ahora, pero ustedes ya deben imaginárselo—. Se veía fatal y me quedé a cuidarlo porque tenía fiebre.

Rompiendo tus reglas ⚡️Versión antigua ⚡️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora