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Chase mira hacia la pileta un momento, frunce el ceño por un momento, para sonreír luego.

—¿Esa es una forma sutil de decir que te agrado o que de verdad te gusto?

Llevo mis manos a un mechón de cabello, acariciándolo repetidas veces. Quiero darme un golpe mental porque lo que he dicho, seguramente, jamás lo olvidará. Y no quiero que salga con sus habladurías arrogantes.

Habladurías arrogantes que yo —o mejor dicho mi bocota estúpida— me encargo de alimentar.

—En definitiva, la primera opción —Bien, eso debe bastar para arreglar un poco mi reciente divague que emití en voz alta.

Da un suspiro pesado y apoya su espalda en el respaldar de la banca.

—Eres tan bipolar —pasa sus brazos por detrás de mi espalda—. Hace unos minutos me amenazabas en la feria y ahora te cuesta admitir que te gusto. En serio me vuelves loco, Michi. Me estoy absteniendo solo por ti, ¿sabes?

Abro mi boca, sorprendida, causando que él se eche a reír.

—¡Eso es asqueroso!

—Lo siento. Es una broma —confiesa, aunque en mi posición no le creo del todo. Me guiña un ojo, pasando su lengua por sobre su labio inferior.

Tras una larga despedida con Houston prometiéndole que hablaríamos por un programa llamado Skype —del cual no tengo la menor idea de qué va—, y una larga advertencia por su parte respecto a llamarnos diariamente para ponernos al día, he tenido que arreglar mis cosas para marcharnos del hotel y volver a nuestros hogares.

He hecho una lista sobre mis cosas, porque la última vez que fui de viaje con mis padres, olvidé la mitad de ellas. Y no fue lindo ser sermoneada, ya que entre las cosas estaba mi boleto de avión.

Cierro la puerta de la habitación y guardo la llave en uno de mis bolsillos, camino por el pasillo con mi maleta, viendo los números de las puertas hasta detenerme en frente de la de Chase. No hace falta golpear, pues la puerta está entre abierta y me veo tentada a abrirla lentamente y adentrar mi cabeza hacia su cuarto oscuro.

No hay rastro de él, excepto el desorden monumental que hay en su habitación.

—Chase... —lo llamo, pero no responde. Siento una mano posarse sobre mi hombro que provoca que dé un salto en mi puesto y me gire para comprobar quién es—. ¡Profesor Marshall!

—¿Ha tomado la manía de espiar a su novio? —Me sonrojo de inmediato. Quiero responder, pero no puedo hacer más que negar con la cabeza—. Deje esas cosas para cuando lleguemos a casa, señorita Wallas.

—Solo vine a ver si Chase ordenó sus cosas, pero veo que no lo ha hecho —mascullo, con voz inquieta—. Y no somos novios...

—No se ofenda si no le creo —dice—. ¿No cree que le convendría alguien mejor?

—¿Qué quiere decir con eso? —Me hago a un lado, aún avergonzada.

—Chase es muy hábil pero, sinceramente, es un tonto. —Abre la puerta de la habitación, entrando como si fuese la suya, avanza hasta la puerta del baño.

—Pues... —froto mis manos, sonrojándome de nuevo, Marshall voltea a verme—, a mí me gusta con todos sus defectos y habilidades —digo casi para mí misma.

Marshall no dice nada. Abre la puerta y escucho los gritos de Chase cuando el profesor entra al baño para apurarlo.

Luego de recoger nuestras maletas, ya de vuelta en nuestra ciudad, salimos del aeropuerto donde, tras algunas insistentes llamadas de mamá, nos reencontraremos con nuestras familias después de una semana sin verlos.

Rompiendo tus reglas ⚡️Versión antigua ⚡️Where stories live. Discover now