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Paso mi mano por el espejo para quitar el vaho que impide ver mi reflejo con total claridad. Después de una jornada de trabajo —y a pocos días de Nochebuena—, una relajante ducha con agua caliente es perfecta para sentirme a gusto. Seco mi mano en la toalla que cuelga por mi tronco hasta mis rodillas, y observo mi reflejo. Estoy con unas ojeras enormes que podrían espantar a cualquiera. Mi aspecto pálido podría ser parte de una atracción de zombi en algún parque de terror. Y estoy siendo modesta con las fascinantes descripciones solo para que ustedes no se espanten.

Busco mi ropa sobre la tapa del baño, como mi habitación está ocupada no me queda de otra que vestirme aquí, en el estrecho baño. Comienzo a vestirme con toda la calma del mundo, sabiendo que no hay prisa alguna. Tampoco es que quiera salir huyendo del tan conocido «cuarto de meditación» como suele llamarlo papá. Aquí, dentro del baño, es donde las más brillantes ideas se le podrían ocurrir hasta al idiota de la clase. Claro, después de cruzar el umbral, toda brillante idea, merecedora de un Premio Nobel, queda en el olvido; al menos eso me ocurre a mí siempre.

—¡Michi, ven rápido!

Los gritos cual aullido de perro moribundo por parte de mi querida prima Margo, hacen que me abroche la cremallera del jeans con una rapidez alucinante, para salir del baño a toda prisa arrastrando mis pantuflas por la alfombra que cubre la sala.

—¿Qué ocurre? —pregunto al salir del pasillo, agarrando la toalla amarrada en mi cabeza para que mi cabello se seque y no gotee por todos lados.

Mamá, papá, John y Margo están sentados en el sofá mirando atentos la televisión. En «el cubo con imágenes y antena» mi rostro se muestra todo rojo y nervioso junto al ser inexpresivo que tengo como compañero de trabajo. Es la entrevista —o el intento de ella— sobre las parejas en el canal TV6, donde la tipa me preguntó cuánto tiempo llevaba saliendo con Allek. Puedo ver cómo de pronto desaparezco de la pantalla perdiéndome entre las personas.

La mujer sonríe hacia la cámara y la escucho decir «parece que ellos no querían ser descubiertos».

—No puedo creer que hayas salido en televisión y no nos dijiste nada, Michi —comenta papá, volteando a verme. Los demás lo imitan, lanzándome miradas acusadoras.

—¿Quién era él? —pregunta mamá, con una leve expresión franca—. Creí que salías con Chase.

Abro mi boca con el fin de dar alguna explicación, pero me veo interrumpida por Margo.

—Sí, yo también creí que salías con el chico de al lado, prima.

¿Qué pasó?

—Está de viaje, por eso lo está engañando —responde mamá, negando la cabeza.

¿Qué es esto? ¿El día de no dejar a Michi hablar?

Levanto mi mano para replicar pero, ahora, papá se les ha unido en la charla. Ya ven que soy tan insignificante e invisible que hasta ellos hablan sobre mí como si yo no estuviese tras ellos escuchándolo todo. Definitivamente esta es una clase de conspiración. Quizás morí al verme en televisión. Sí, debe ser eso. Ahora soy un fantasma real atrapado en un mundo intermedio junto a otros fantasmas que merodean sin rumbo fijo por la eternidad, buscando alguna forma de ir al cielo.

—Tiene sangre Castle, debe estar en sus genes —dice papá como reflexión. Voltea para ver a John, quien solo se ríe—. Ten cuidado, muchacho. Las mujeres con sangre Castle son peligrosas.

Mamá lo mira indignada ante su comentario ofensivo pues así se apellidaba antes de casarse con papá. Margo es otra ofendida al ver que su marido se burla de ella a carcajadas. Y yo también estoy ofendida al no poder replicar.

Rompiendo tus reglas ⚡️Versión antigua ⚡️Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt