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—Son 100 dólares.

—¿Cómo? —Por poco me atraganto con mi propia saliva al escuchar tal barbaridad.

—Bueno, la gasolina está subiendo y...

Siento que el espíritu de Anne me posee, pues hago un movimiento con los brazos de lo más exagerado.

—Pero soy tu hija, papá.

Papá, quien hasta mi petición de llevarme a Jackson no se motivó a mirarme, alza una ceja y me mira por encima del periódico.

—Entonces, 200 dólares, el viernes cuando fui a dejarte llegué tarde al trabajo. —Niega con la cabeza, frunciendo el ceño y estirando las hojas del enorme diario—. No lo haré de nuevo.

—Bien, tomaré el bus —refunfuño, girándome en dirección a la puerta. A mis espaldas escucho las carcajadas de mamá.

¿Pero qué clase de padres tengo? En definitiva, los más burlescos y poco solidarios del mundo. A freír unicornios con la típica frase «son los que te dieron la vida». Bah, me dieron la vida y me la están quitando poco a poco con sus malos tratos.

Bien, bien... estoy exagerando —otra vez—, pero me choca de golpe el que no puedan dejarme en Jackson. No puedo ir con Chase y sus dos muñecos después de lo que pasó en el balcón, tampoco puedo tomar el bus porque el conductor no para. No entiendo el porqué aún no lo despiden; es decir, es un conductor que no está interesado en el aprendizaje de los estudiantes del colegio para el que trabaja. ¿Qué clase de conductor hace eso? Ninguno, solo el de Jackson... Y el del colegio de Peter Parker, pero esa es una película así que no viene al caso.

Aun así, heme aquí: de camino al paradero con la esperanza del tamaño de una semilla de ají.

Pateo una piedra que se interpone en mi pie. La ovalada piedra gris gira hasta chocar contra las zapatillas rojas de lona de Allek. Está con su distintiva consola portátil, apoyado en el fierro de la señal que reza «parada de bus».

¡Qué pachotada! Quizás el conductor del bus no ve señales de color rojo y por eso no se detiene...

¡Ja! Claro, y yo soy un unicornio.

Ya basta con los unicornios. ¿Qué pasa conmigo hoy?

—Hola, tú —saluda Allek sin levantar la cabeza cuando llego ante él—. ¿Has cambiado de celular?

—No veo que sea necesario —cruzo mis brazos sobre mi pecho—. Más importante que eso, ¿no deberías preguntarme por el trabajo de historia?

Allek cierra su consola y me mira sin sostener ninguna expresión facial que contradiga mi teoría sobre si es o no un robot. Hasta ahora, todo indica que es un robot o una «máquina» como le dicen en Terminator. Estoy teniendo serios problemas de paranoia por culpa de las películas de ciencia ficción, o tal vez no tanto, quizás quieren destruir el mundo, pero deben estudiarnos a fondo primero, por eso Allek es un estudiante. Eso explicaría algunos acertijos... como que estoy loca.

Ve el lado positivo, dentro de tu teoría no mencionaste unicornios.

—Eres Wallas, la preferida de los profesores por tu responsabilidad y dedicación a los estudios —se excusa—. No creo que sea necesario —Está bien, esa ha sido una buena respuesta—. ¿Cómo estuvo la siesta?

—¿Siesta?

Inconscientemente he llevado mis manos a un mechón de cabello, acariciándolo como una mujer loca acaricia la espalda de un gato. Entreabro mis labios queriendo preguntar a qué se debe su pregunta; sin embargo, imágenes borrosas se aglomeran en mis recuerdos llevándome a un viaje, casi espectral, de la noche del viernes, en el bus.

Rompiendo tus reglas ⚡️Versión antigua ⚡️Where stories live. Discover now