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Siempre dije que los miércoles son mucho más tortuosos que los lunes por la simple razón de que todos están más ansiosos que nunca; hablando sobre el fin de semana, lo que resta de las clases y una millonada de cosas que me parecen sin sentido —todo lo que hablan es sobre fiestas, fiestas y más fiestas—. No obstante, apartando esos motivos típicos de adolescentes con hormonas alborotadas, el miércoles es un día complicado debido a que la primera hora de clases la ocupa Educación Física, o Gimnasia, como les apetezca llamar a las casi dos horas de ejercicio ininterrumpido que pretende evitar una generación de obesos adictos a las hamburguesas.

Al principio las clases eran entretenidas, pero a estas alturas ya quiero presentar una orden que me exima de toda la asignatura. Los ejercicios de la profesora Scott están hechos por chinos que buscaban torturar a sus enemigos, lo digo fuera de bromas. Probablemente, los martes por la noche, nuestra querida profesora debe googlear «cómo matar a estudiantes lentamente sin que nadie se percate». Lo siento profesora, yo la descubrí.

Cada día, mientras me coloco la ropa adecuada para la clase, hago una pequeña plegaria que me saque de clase.

Hoy no es la excepción.

—Te ves ridícula.

Mi queridísima amiga hace su aparición dentro de los vestidores ya lista para la clase. Por el contrario de mí, ahora Anne ama todo lo que corresponda al ejercicio físico, pues dice que es una forma de bajar de peso gratis.

—Creo que eres la persona menos indicada para llamarme por ese adjetivo —espeto, separando mis dedos de entre sí.

—Muchas aquí comienzan a pensar que eres una religiosa — comenta, armando una cola de caballo con su cabello—. Si te pasa lo mismo que Carrie yo no me meteré para ayudarte.

Le regalo un vistazo a mi hermoso dedo corazón cuando dice esto último. Ya saben que una relación de amistad no figura como tal si la relación con tu amiga no es de amor-odio. Ella blanquea los ojos y se arrima a mi brazo para arrastrarme fuera de los vestidores.

Últimamente, la profesora Scott nos ha hecho correr por toda la cancha. Al parecer, hoy no será a excepción. Al salir de los vestidores puedo divisar a unas cuantas compañeras caminando hacia las gradas. Pero mis ojos se desvían súbitamente hacia mi derecha al ver, de forma borrosa, una figura tan familiar que se me ha hecho costumbre, tipo ritual, encontrarla: Chase, apoyado en la pared junto a la puerta del vestidor de mujeres, nos observa con seriedad.

—Michi —me llama.

—Hola.

Creo que saludarlo es mucho más ridículo que elevar una plegaria para no hacer ejercicio, pues al igual que el lunes —y ayer— vine a Jackson junto a él y sus dos amigos. Si bien ir en el auto del chico que me amenazó detrás de un minimarket es completamente descabellado, desde donde se le mire, fingir que el trío de tarados me agrada es más absurdo. Sobrepaso las fronteras de lo irracional, hasta me he llamado hipócrita por eso. Pero vamos, viajar gratis es mucho mejor que pagar la locomoción colectiva. Ese dinero me sirve para comprarme un delicioso almuerzo lleno de nutrientes... o algún libro sobre estrellas.

—¿Qué haces aquí? —interrogo. Él debería estar en clases del profesor Welton, quien les hace la misma clase a los chicos.

—El director nos ha llamado a su oficina, volvió de su viaje y desea hablarnos.

Anne suelta mi brazo, captando con mucha perspicacia la mirada que Chase le ha lanzado de pronto.

—Entonces me iré adelantando —dice con la voz algo quebrada y delatando su incómoda situación con una sonrisa bastante falsa—. Nos vemos luego.

Rompiendo tus reglas ⚡️Versión antigua ⚡️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora