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—No puedo hacer esto, Chase.

—¡Oh, vamos! Será rápido y no sentirás nada, por favor, hazme feliz... ¿sí?

Se sienta junto a mí, mirándome suplicante.

—Quieres ser feliz mientras yo me ahogo con gritos desalentadores. Además, ¡mira qué grande es! —Los dos miramos la montaña rusa frente a nosotros. Los gritos desesperados de los niños se escuchan hasta nuestra banca. ¿Qué pensaban, mentes pervertidas?—. Ayer leí sobre personas que han tenido infartos en estos juegos, no quiero terminar en un ataúd a causa de este juego.

—¿Ah sí? ¿Y cómo pretendes morir? —pregunta Chase, apoyando la espalda en el respaldo de la banca— ¿Leyendo algún libro? —Me da un codazo despacio mientras ríe.

Niego con la cabeza, divertida.

—En mi habitación, rodeada de mis hijos y nietos —le informo—. ¿Por qué hablamos de eso?

—Tú empezaste —se encoge de hombros. Se levanta de la banca y estira la espalda—. Bueno, iré a la montaña rusa con o sin ti.

Me saca la lengua y comienza a caminar hacia la larga fila en espera para subirse a la atracción. Remuerdo mi labio inferior, entre refunfuños, sin más preámbulos, lo sigo.

Después de la noche en la que acepté salir con Chase, todo es extraño —en el buen sentido de la palabra—. Las miradas, las palabras, los gestos y todo lo que antes no lograba decirle con naturalidad sale de mí sin miedo a decirlo. Así que, cuando le pedí que saliéramos a algún lugar, no lo dije con miedo a ser rechazada, porque supe que no se podría negar; yo quería ir a la biblioteca, pero él optó por el parque de diversiones junto al mu- seo, diciendo que la biblioteca no es lugar para una primera cita. Y, bueno, admito que tiene algo de razón, aunque fue él quien quiso hacer una «cita» en una penosa habitación de hotel en Los Ángeles. No me quejo, después de todo, el parque de diversiones es más entretenido con él... Excepto la turbulenta montaña rusa.

El encargado del juego pasa por los asientos revisando que el seguro esté bien puesto. Respiro hondo y exhalo, sintiendo mi garganta seca.

—Chase —digo al sentir el carro moverse por la vía hasta quedar en lo alto. Se detiene ahí—, si muero, quiero decirte que te odio, siempre lo hice y lo haré.

Volteo a verlo por encima de la seguridad de la montaña rusa.

—¿Y por qué sales con alguien a quien dices odiar?

—Porque soy una mujer misericordiosa.

Escucho el sonido hondo del juego encendido. Los carros se mueven subiendo el empinado riel donde todo se detiene —incluyendo mi corazón—. Este es el punto donde mi alma despoja mi cuerpo y toda mi cordura sale disparada a través de insultos por mi boca. El carro baja a toda velocidad dando vueltas y más vueltas provocando que no logre distinguir el paisaje borroso a mi alrededor. Cierro los ojos y vacío mis pulmones en gritos contra Chase. Entre las cosas que odio en esta vida, está la velocidad. Y es irónico, pero mi antigua Vespa —que en paz descanse donde sea que esté— apenas pasaba los 40 km.

Tras varias vueltas en la montaña rusa, entradas terroríficas en la casa encantada y funciones en el pequeño cine del parque, Chase y yo volvemos a casa en bus, donde, al bajarnos nos golpeó de pronto una lluvia torrencial.

El invierno ha llegado de pronto y peor que el anterior.

De vuelta en casa mamá me informa que me dejó guardado chocolate caliente en una olla.

—Hace un frío horrible —les comento a mis padres mientras me sirvo chocolate caliente en mi taza preferida—. Estoy usando tres pares de calcetines y aun así tengo los pies congelados.

Rompiendo tus reglas ⚡️Versión antigua ⚡️Where stories live. Discover now