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El ruido molesto de lo que parece ser un celular vibrando sobre el velador, como si no hubiese mañana, entra por mis oídos como zumbidos molestos que no hacen más que acentuar el punzante dolor en mi sien. Ni siquiera puedo abrir los ojos o mover un pelo. Me siento demasiado cansada hasta para respirar. La cómoda cama en la que me encuentro puede ser el paraíso no descubierto. No puedo evitar preguntarme si llegué al cielo después de dormirme anoche.

No, a juzgar por el intenso dolor en mi cabeza y el olor que traigo, se asemeja más al inframundo.

Vamos, Michi, al menos abre un ojo.

Intento hacerle caso a mi consciencia, lentamente, hago el esfuerzo sobrenatural por abrir mi ojo izquierdo; sin embargo, la luz del sol que entra por un minúsculo espacio a través de la cortina, hace que me retracte de mi humilde decisión quedando casi cegada con la luz.

Mala idea. Una típica mala idea.

Ahora falta que aparezca mamá en la puerta para levantarme y decirme que debo ir al colegio.

—Vamos, idiota, responde ya.

Tal vez, no.

Puedo deducir —gracias a ese adjetivo calificativo— que esa es Anne, con la voz áspera que tiene todo ser humano por las mañanas... y el malhumor. Eso quiere decir que aún estoy en su casa, durmiendo junto a ella dado que no nos animamos anoche a armar la otra cama para que yo me acostase en ella. Eso explicaría por qué estoy con un dolor de cabeza tan horrible, un mal sabor de boca y adolorida como si mi madre me hubiese dado la paliza de la vida con Betty.

Extiendo mi brazo para así tocar con las yemas de mis dedos mi celular.

—¿Aló?

Mi voz sale tan áspera y rasposa que, aun con mi esfuerzo de carraspear antes de contestar, estoy dudando si realmente dormí en casa de mi amiga o en el inframundo.

—¿Aún estás durmiendo? ¡Son las tres de la tarde!

—¡Mamá!

Doy un salto fuera de la cama.

Los milagros existen, ¿sabían? Como si nada pude levantarme al escuchar a mamá hablar. Mi dolor de cabeza se esfumó. Mi cuerpo adolorido se curó. El mal sabor de boca se... bueno, eso se soluciona cepillando mis dientes. Comienzo a creer que todas las madres tienen poderes curativos milagrosos que funcionan cuando «cierta persona» está en problemas. Y ni hablar de ese sexto sentido que tienen cuando estás haciendo algo malo.

¿Y si llamó por eso? No, imposible. Mi cuartada de ver películas fue perfectamente calculada y dicha.

—Jovencita —Uy, está molesta—, quedamos en ir juntas de compras a las cuatro.

Cierto, a cambio de quedarme en casa de Anne prometí acompañarla al centro comercial para comprarse un vestido para la boda del primo del tío de no sé dónde.

—Estaré allí en un parpadeo, mamá.

Claro, llegaré volando.

Al cortar la llamada, dejo el celular en el velador otra vez. Creo que el miedo a hacer enfadar a mamá supera fronteras difíciles de imaginar, pues me siento como una adolescente nueva, como si nada de lo de anoche hubiese ocurrido. Aunque, en realidad, poco recuerdo. Tengo vagas imágenes de haber vomitado a un ser despreciable del cual no quiero empezar a hablar, pues no creo que valga la pena. Podría, sin dudas, hacer un ensayo sobre «El motivo de mis trasnochos estudiando», pero creo que no es necesario. Ya he repetido muchas veces que lo odio con todo mi ser, ¿verdad? No hace falta reiterarlo. Además, sigo bastante molesta por su actuación tanto en el debate, como en la biblioteca. Ja, ¿quién se cree ese petulante para obligarme a responder qué siento por él? No es más que un ardiente niño rico casi perfecto, que me gana en los estudios, nada más. Sí, cielos, físicamente es atractivo, pero toda esa belleza creada por gracia divina se esfuma en cuanto dibuja su sonrisa arrogante.

Rompiendo tus reglas ⚡️Versión antigua ⚡️Where stories live. Discover now