Capítulo 13

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—Recuerda lavarte los dientes después del almuerzo, no ponerte nerviosa si alguien golpea la puerta de tu habitación a la medianoche, incluso si es tu profesor ¡No le abras! Responde a todo lo que se te pregunte, pero piensa la respuesta antes de hacerlo y por sobre todo... No-te-separes-de-Chase.

Sí, esa es mamá despidiéndose de mí. ¿Ya mencioné que me sobreprotege de una forma casi sobrenatural? No quiero ni pensar cómo se pondrá el día en que parta a la universidad o el día en que me case... si llego a casarme, claro. A este paso y con mis abundantes experiencias románticas —nótese el sarcasmo— quizás no consiga a nadie.

—Lo sé, mamá, no tienes que decírmelo una y otra vez, ya entendí. Los llamaré siempre que pueda y no me separaré de Chase —blanqueo los ojos cuando mamá plasma otro beso en mi mejilla y concluye su abrazo asentando mi ropa. Ya van, más o menos, cien besos en las mejillas, ocho abrazos y diez sermones.

Ahora es el turno de papá. Él no es tan aprensivo como mamá, pero también me ha dado un sermón. Más que nada, le preocupa que su única hija vaya a divertirse y no se concentre en el concurso, que pierda su camino pensando en los chicos. Puedo suponer, vergonzosamente, que lo último lo ha dicho por Chase.

Al separarme de papá miro al dictador de pacotilla que tengo como vecino, quien está observando cómo me despido de mis padres con rostro burlesco. Podría jurar que quiere reírse a carcajadas, pero por respeto a mis padres, no lo hace. Entrecierro los ojos cuando me doy cuenta, le respondo levantando el dedo del medio, a lo que él reacciona ofendido, pero se echa a reír luego.

—Descuide señora Wallas, Michi está en buenas manos, me ocuparé de que se acueste a la hora correcta y no se escape por las noches a fiestas.

Lo insulto entre dientes para que ni mis padres ni el Profesor Marshall me escuchen; este último ha estado de pie, guardando algo de distancia, mientras me despido de mis padres. Nos hace una seña para que terminemos de despedirnos o, más bien dicho, de despedirme.

Margareth aún no vuelve de su viaje, pero ha llamado a Chase durante el camino hacia el aeropuerto. Realmente me pregunto si la extraña... supongo que sí, de todas formas, ella es su madre. Chase no dice nada sobre ella, ni cómo se siente al estar solo en su casa. Supongo que el temor de aquella noche, cuando estaba enfermo, era una mera mentira o, quizás, solo tiene miedo a estar solo cuando está enfermo.

¿Y yo soy la rara? Al parecer Chase me gana.

Apenas coordino mis movimientos después de escuchar que el avión despegara. ¿Les mencioné antes que odio con furia los aviones? No se rían si me ven chillando y gritándole al piloto que me quiero bajar. O si quiero saltar por la ventanilla del avión. Mi instinto suicida aparece si se trata de aviones, lo digo en serio. Por eso es mejor amarrarme antes de entrar en pánico.

Por el momento, necesito respirar con calma, imaginar que estoy en casa, recostada en mi cama viendo como Pato juega con su cola, leo un libro sobre las constelaciones y tengo un rico café.

—¿Qué ocurre contigo? —volteo para ver a Chase a mi lado.

¡Gracias por entrar a mi imaginación, sacarme de mi estado utópico y traerme a la realidad, genio!

—Odio los aviones.

—¿Eso es cierto o es una excusa para agarrar mi mano?

—Chase alza una ceja. Mi temblorosa mano izquierda aprieta la suya. La aparto al instante, sin darme tiempo para sonrojarme. Estoy demasiado asustada—. ¿Quieres que llame al viejo Marshall? —Con sus manos toma el cinturón de seguridad. El viejo Marshall se ha sentado mucho más atrás.

Rompiendo tus reglas ⚡️Versión antigua ⚡️Where stories live. Discover now