Capítulo 4

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16 enero – Gabriel

El sábado por la mañana, Gabriel estaba sentado delante de la mesa del salón corrigiendo exámenes cuando el muchacho salió de su habitación, arrastrando los pies.

—Buenos días.

—Está por ver.

Con esa respuesta afónica y seca, Cain se metió en la cocina y empezó a quejarse de algo. Gabriel no le estaba prestando atención, era un hombre metódico y ordenado que siempre terminaba con lo que estaba haciendo antes de concentrarse en otra cosa, ignorando todo lo demás. Continuó revisando la prueba que tenía entre las manos: en ella, uno de sus alumnos había atribuido a la Revolución Industrial la invención del barco volador a vapor, y en aquellos momentos el profesor se encontraba sumergido en la lectura de la fantástica historia con la que el estudiante pretendía eludir el suspenso. La verdad es que se lo estaba pensando. Quizá debería aprobarle sólo por ser tan creativo.

—¿Estás sordo o qué? —Una taza verde aterrizó sobre uno de los exámenes, dejando una huella circular de líquido oscuro sobre el papel. Cain apartó la silla y se sentó—. Te estoy hablando.

 —Sí, ahora me estás hablando a mí —contestó Gabriel. Sentía el enfado latiéndole en las sienes al ver como la mancha de café se extendía sobre la página. Sin embargo, su voz sonaba contenida—. Antes hablabas, sin más.

 Cain resopló, levantando la vista al techo con exasperación.

 —Te estoy preguntando que dónde está el azúcar. —Estaba despeinado, con una huella oscura de maquillaje emborronado bajo los ojos verdes, y vestido con una camiseta llena de agujeros y unos vaqueros—. No la encuentro por ninguna parte.

 —No hay —dijo Gabriel, alzando la mirada a sus ojos y volviendo a bajarla hacia el texto—. No la uso.

 —¿Cómo que no la usas? Debes ser la única persona en el mundo que no tiene azúcar en su casa.

 —A lo mejor. Siempre puedes ir a comprarla.

 Durante un rato pudo terminar de leer en silencio. Una vez se hubo decidido, escribió una cifra en la esquina superior derecha de la hoja y una anotación debajo: «Por esta vez te salvas».

 —¿Por qué te dedicas a esto? —preguntó Cain, que estaba observándole.

 —Me gusta enseñar.

 El siguiente trabajo no iba a tener tanta suerte. Nada más echar un vistazo al folio distinguió una letra irregular y difícil de entender, además de fallos ortográficos aterradores. Cogió el rotulador y empezó a sentenciar.

 —Me acuerdo de haber ido a alguna clase tuya.

 —Ya. Yo también recuerdo haberte visto por allí alguna vez —respondió, tachando despiadadamente—. ¿Por qué dejaste los estudios?

 —No los dejé. Nunca estuve matriculado; sólo fui de oyente a tu asignatura unas cuantas veces.

 —¿Y eso? ¿Te interesa la historia?

 —No.

 —¿Entonces a qué demonios te colaste en clase de historia universal?

 —Un colega que estudiaba allí siempre nos hablaba del profe de historia y de lo bueno que estaba, así que fuimos a comprobar si era verdad. —Gabriel le atravesó con la mirada, repentinamente alerta. ¿Pero qué estaba diciendo? Cain seguía sentado con su café y los ojos emborronados de negro, le sonreía con aire malicioso—. La historia siempre me ha parecido aburrida, pero reconozco que tú la hacías interesante. De pie sobre la tarima y hablando acerca de guerras y batallas estabas bastante sexy. Pero de cerca pierdes mucho.

Flores de Asfalto I: El DespertarWhere stories live. Discover now