Capítulo 19

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28 de febrero – Cain

El día había sido excepcionalmente frío. Un sol redondo y rojo se deslizaba lentamente por el firmamento y teñía la ciudad con su resplandor cobrizo. A Cain aquella imagen, aunque no dejaba de ser hermosa, le traía el recuerdo amargo de la pesadilla, el fuego, las imágenes de los monstruos tras el cristal. Torció el gesto.

—¿Pasa algo? —preguntó Ruth.

Cain negó con la cabeza, apoyándose en la barandilla metálica del mirador. Ruth había venido a buscarle al salir del trabajo y le iba a acercar a casa en coche. Había traído gofres de chocolate. Se los estaban comiendo en el parque, poniéndose al día de las últimas novedades y disfrutando de las gélidas temperaturas de febrero.

—Nada. Se me ha ido la olla. ¿Qué te estaba contando?

—Que estuviste en el Barrio Viejo este viernes.

—Ah, sí. Pues eso, estuvimos en el Barrio Viejo, por los túneles. El profe no los había recorrido nunca, así que dimos una vuelta y leímos las inscripciones.

—Dicen que son de la Edad Media —comentó Ruth, dando otro mordisco a la pasta dulce.

Cain asintió, contemplando cómo la chica se apartaba un resto invisible de la comisura. Ruth era fantástica como amiga, pero además tenía dones ocultos y peculiares que Cain admiraba en secreto. Entre ellos, su capacidad para comer sin mancharse.

—Eso dicen. Hay un montón de graffittis en latín.

—No son grafittis —rió ella —. Son… bueno, son pintadas, es cierto. Pero en fin, eso fue el viernes. ¿Y el sábado? Me extrañó que no nos llamaras para quedar.

Cain sonrió y apartó la vista.

—El sábado estuvimos en casa.

—¿En casa? O sea, que estuvisteis todo el día… —La chica alzó las cejas varias veces de forma significativa—. Uf. Qué agujetas.

—No creas, ya tengo el cuerpo hecho. —Ruth soltó otra risa con ese comentario—. Además, no estuvimos todo el día a eso. También hacemos otras cosas.

—¿Qué cosas?

—Pues cosas. No sé. Tocamos el piano y vemos series. He conseguido pactar con Gabriel que el máximo por día deben ser cuatro capítulos seguidos. Si por él fuera, los vería todos del tirón. Es un poco obsesivo.

Se obligó a no decir más. Se sentía como un adolescente hablando de su primer novio. Era sacar el tema de Gabriel y no podía parar. Le costaba refrenarse, pero no quería ser un pesado, y además, le daba vergüenza. Ya no era un adolescente. Y Gabriel no era su novio, ni mucho menos el primero.

—Entonces vais en serio. ¿O no? ¿Crees que va en serio?

Cain asintió a medias.

—A su ritmo, pero sí. Estamos… más o menos como juntos.

—«Más o menos como juntos» —repitió Ruth, con escepticismo—. ¿Qué frase es esa, tío? ¿Estáis o no estáis?

—Sí. Bueno, no ha vuelto a quedar con Sara, dormimos en la misma cama, follamos, hacemos las tareas del hogar y discutimos sobre música y sobre pelis… yo creo que eso es estar, ¿no? —vaciló y buscó sus ojos—. ¿O qué?

Ruth no parecía muy convencida. Chasqueó la lengua.

—Supongo. ¿Pero ha dejado a Sara, o no?

—La verdad es que no lo sé —confesó él.

La chica suspiró, apartándose el pelo del rostro y dando otro mordisco al gofre.

Flores de Asfalto I: El DespertarWhere stories live. Discover now