Capítulo 27 - Segunda parte

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25 de abril — Gabriel

Cuando terminó de tocar, estaba mareado. Había llegado al final. Había completado la música. Y aquella música se había metido en su mente, tan hondo que había sentido incluso náuseas. Buscó el lápiz a tientas y trató de escribir sobre el papel pautado, pero no fue capaz. Le temblaban las manos. El lápiz se cayó al suelo y cuando bajó la vista para intentar cogerlo se sorprendió de lo sucio que estaba.

Una cucaracha pasó corriendo junto al lápiz mordido. Gabriel la aplastó de un pisotón. Después se levantó y trató de llegar hasta la ventana para abrirla. Necesitaba aire. Todo daba vueltas. Tenía la cabeza llena de recuerdos inconexos: De los gemelos, de David, de sí mismo, de lugares en los que no había estado y de cosas que no había hecho. Escuchaba el latido de su propio corazón en los oídos. Tenía la impresión de que sus sentidos se habían potenciado.

«Esto me pasa por dejarme llevar», se dijo. «No debí terminar la música. No así. Tenía que habérmelo tomado con más calma». Pero se había dejado llevar, sí. Y había sido maravilloso, como un viaje astral, como un orgasmo largo y prolongado, como tener a David entre los brazos y reencontrarle cien veces, con cien nombres distintos, en cien lugares diferentes. Abrió la ventana con un gesto brusco y tomó una bocanada de aire. Tosió inmediatamente. Estaba cargado de ceniza y le dejó sabor a petróleo. Hizo una mueca de asco y se pasó la mano por la cara, mirando hacia el exterior.

Ya no llovía. El cielo estaba rojo, preñado de nubes densas que se enredaban entre sí, y el aire traía un polvillo color ocre que parecía condensarse en niebla. Y cuando, extrañado, miró hacia la ciudad, el color abandonó su rostro.

Procesó su propio pánico con parsimoniosa frialdad. Después, cuando hubo asumido que se había vuelto loco por completo, dejó de sentirse asustado. Una vez que tus peores miedos se hacen realidad ya no hay nada que temer. Cerró la ventana y se fue a prepararse un café, pisando otra cucaracha por el camino.

. . .

25-26 de abril — Gabriel

Estaba apoyado en la encimera, dando sorbos a la taza descascarillada. Ponía «I © NY», era la favorita de David, pero estaba un poco rota. Y sin embargo ayer mismo aquella taza de cerámica había estado nueva, blanca y reluciente. Ahora parecía una reliquia ajada, llena de manchas negruzcas y con el tono parduzco de la cerámica a la vista allí donde se había resquebrajado el esmalte. Todo a su alrededor estaba deteriorado. Todo era espantoso, mostraba los defectos de forma grandilocuente y grotesca, desde las manchas de la pared hasta el parqué levantado o los desconchones en el techo que el día anterior no estaban ahí.

El mundo parecía a ratos más claro y en otras ocasiones una completa locura. Durante un rato pensaba que las cosas que no habían tenido un lugar en su vida cotidiana lo tenían ahora, más allá de la puerta, de la ventana de cristal empañado y sucio. Al rato siguiente se decía que aquello era imposible, que había perdido la razón.

Ahí afuera había cosas espantosas. Una ciudad de pesadilla, cubierta de herrumbre y de humo cobrizo en la que se movían seres imposibles. «Pero yo ya los he visto», se decía. «Pero yo ya lo sabía». Criaturas que debían ser exterminadas, que devoraban, que perseguían. El mal; no, no, El Mal, con mayúsculas. Y si ellos existían, existía él. Existía su deseo de proteger, de eliminar, de acabar con ellos. Con todos ellos. Aquello era bonito. Eso tenía sentido. Era casi como las historias de superhéroes, solo que era completamente absurdo, y una voz en off dentro de su mente se encargaba de recordárselo en cuanto comenzaba a centrarse.

«No, Gabriel. No pienses así. No alimentes la locura».

No era consciente de estar en estado de shock. Su mente ejecutaba una hábil torsión para adaptarse a los acontecimientos, agrupando recuerdos, encajando piezas por la fuerza si era necesario, con la desesperada necesidad de dar sentido a lo que sucedía.

Flores de Asfalto I: El DespertarWhere stories live. Discover now