Epílogo

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8 de Agosto — David

—Me costó acostumbrarme.

Ruth mueve el café con la cucharilla, mirándole con curiosidad.

—¿Te parece raro? —pregunta David, encogiéndose de hombros—. Pues me costó.

La chica ríe suavemente.

—Supongo que a algunos nos cuesta acostumbrarnos a lo bueno —dice ella.

El Namaste está empezando a llenarse. Faltan unos minutos para las seis de la tarde y la llegada del verano ha hecho salir de sus refugios a un número aún mayor de esos especimenes que David tanto detestaba antes: chicos con gafas de pasta, bigotitos absurdos y cortes de pelo modernos. Chicas con iPad, iPhone y faldas de colores supuestamente compradas en el mercadillo. Antes le daban asco. Los odiaba, con esa gratuidad con la que se odia a los que se esfuerzan por ser diferentes y molar. Ahora les mira y le dan lástima. Se los imagina al otro lado, deambulando con harapos, mirando al vacío. Seguramente lleven en la mano un trozo de cartón podrido y tecleen sobre él. Seguramente estén siendo acechados por los monstruos. Ya no puede odiarles.

—A nosotros también se nos ha hecho un poco extraño todo esto. Y te echamos de menos, David.

El chico fija la vista en los ojos oscuros de su amiga. Alarga la mano repentinamente para ponerla sobre la suya en un acceso de afecto. Ella le estrecha los dedos, bajando la cabeza hacia su taza de capuccino. No están bebiendo nada. Ambos lo saben. Pero no deja de tener encanto esta ilusión, este hechizo… el sueño de estar ahí, en un lugar habitable, normal, tranquilo, donde pueden hablar sin miedo. Quizá el Namaste no sea un lugar seguro al otro lado, pero Gabriel está en la puerta, velando por ellos. La sombra de su abrigo oscuro tras los cristales del local es una garantía de salvaguardia.

—¿Os parece bueno? Formar parte de eso. De la Resistencia. Ahora sois Desvelados, ¿no es cierto?

Ruth sonríe con picardía al escuchar el nombre. Así es como llaman a los que están despiertos al otro lado. Los Desvelados.

—Sabíamos que era una elección difícil —dice la chica—. Pero la verdad es que todos están muy decididos y cuando les miras, quieres ser como ellos, quieres… ya sabes, hacer algo. Lo que sea. Sí, supongo que nos parece bueno.

David asiente, echando otro vistazo alrededor.

—Entiendo. ¿Y Nice y Samuel?

Ruth ensancha su sonrisa.

—Berenice está encantada. Su instrucción avanza muy rápido. Samuel le ha enseñado a disparar y ahora está aprendiendo a manejar bates y palos de hockey.

—No me imagino a Samuel convertido en patrullero de la Resistencia.

—En realidad aún no lo es. No lo somos —se corrige Ruth—. Aún nos queda una semana de entrenamiento.

David la mira. Ella sigue siendo su vínculo más fuerte con el mundo real, aunque ahora el mundo real sea tan distinto a como siempre había creído. Su mejor amiga, su ancla, casi parte de su alma. Ella sigue pintándose los ojos y las uñas de negro, tiñéndose el cabello. O al menos, así es como se presenta su imagen en la Ilusión. Parece que no ha cambiado nada. Sin embargo, David puede ver el poso de tristeza, de miedo, que persiste en su mirada oscura. Está ahí desde el día en que todos despertaron.

Sabe que ella siente temor. Sabe que está angustiada. Y no sabe cómo consolarla.

—Yo también estaba asustado al principio con todo esto —dice, impulsivamente—. Me costó mucho asumirlo… y esos jodidos bichos son algo impensable. Es una mierda, una locura. No podíamos esperarlo de ningún modo. Pero ya verás como todo va bien, Ruth. Ahora irá todo bien.

Flores de Asfalto I: El DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora