Capítulo 26

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 23 de abril — David

 Al salir a la calle, se quedó atónito. Ruth, a su lado, alzó las cejas mostrando su sorpresa de manera más contenida.

—¿Nieve en abril?

—Eso parece.

 La ciudad se desperezaba en el centro de un amanecer gris. Los diminutos copos blancos caían con lentitud, arremolinándose en el aire gélido. David extendió dos dedos y cogió algunos sobre las yemas, como si quisiera cerciorarse de que eran lo que parecíaser. Había visto en algunas películas que a veces, lo que uno creía nieve podía ser en realidad ceniza de las incineradoras o de los hornos crematorios. Imaginaba que allí no había hornos crematorios pero en cualquier caso, se aseguró frotando los cristales de hielo contra sus labios.

—¿A qué hora vuelves hoy? —preguntó la chica mientras caminaban hacia el metro.

 David se ajustó la cazadora, mirando alrededor con cierta impresión. Nieve en abril. Era demasiado extraño. Los coches transitaban con los faros antiniebla encendidos, los semáforos resplandecían con una luminosidad velada. De las alcantarillas parecían surgir volutas de vapor. Alzó la mirada: el cielo estaba completamente blanco. No un blanco brillante sino un blanco lechoso, ahogado, de sudario y de bruma.

 —Sobre las nueve, o así —respondió distraídamente—. Me iré una hora antes del trabajo para acercarme a la facultad.

 —¿Ya tienes toda la documentación? Aun así, saliendo a las siete me parece que no te va a dar tiempo a llegar antes de que cierren las oficinas.

 —Sí, tengo todo. Y creo que sí me da tiempo, Oscar me va a llevar en coche.

 Ruth le miró de reojo pero no dijo nada. David tampoco. Estaba abstraído con la nieve y la niebla, contemplando la ciudad con una nostalgia extraña que se le apretaba en la garganta como un nudo. «Esta ciudad odiosa a la que amo… que me ha amado tan mal, hasta romperme. Hoy está tan hermosa como un cadáver recién arreglado, como esa estúpida Bella Durmiente que aguardaba, pálida, un beso resurrector». Hasta sus pensamientos eran poéticos en aquel ambiente.

 —Creo que me voy a ir en autobús —le dijo a Ruth cuando llegaron juntos a las escaleras del metro. Ella pareció extrañada—. Es que esto merece la pena verlo —Se justificó él—. Ahí abajo no se ve nada. Sólo oscuridad.

 —Como quieras. Entonces, ¿va a recogerte Oscar a la salida?

 David asintió con la cabeza. Ruth sonrió espontáneamente.

 —Genial. No tengas prisa, es decir, si te entretienes por ahí o algo, no te preocupes. Yo seguramente voy a cenar y me iré al cine, o a ver a mi madre.

 A Ruth le hacía ilusión que se llevara bien con Oscar. David sabía que ella esperaba que surgiera algo entre los dos pero le resultaba graciosa su manera de animarle a ello, con pretendida sutileza.

 —Vale, lo tendré en cuenta.

 La chica desapareció bajo tierra, detrás de las puertas anchas de la estación suburbana. Su pelo negro, atado en la nuca, sebalanceaba mientras bajaba los escalones casi a saltos. Al cabo de unos segundos, él se dirigió a la parada del autobús. «Los perros van a estar difíciles hoy», pensaba. «Los cambios bruscos de temperatura no les sientan bien. Y esto es una locura, nieve en abril». Se sopló los copos del largo flequillo, recordándose de nuevo que tenía que cortarlo.

 El viaje hasta el Barrio Alto en autobús fue, cuanto menos, emocionante. El vehículo se encontraba lleno de señoras mayores y de niños con sus madres. Los hospitales y las escuelas del Barrio Alto eran los más concurridos de la ciudad. El tráfico discurría con lentitud, pero sin accidentes. Hubo un par de embotellamientos. Aún no eran las nueve de la mañana cuando la nevada arreció. David unió los dedos al cristal de la ventanilla y miró al exterior, embelesado. El hipnótico baile de la nieve le tuvo abstraído durante gran parte de la mañana, sumergiéndole en ese estado de ensoñación e irrealidad que ahora podía disfrutar sin estar drogado ni asustado.

Flores de Asfalto I: El DespertarWo Geschichten leben. Entdecke jetzt