Capítulo 6

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23 de enero, noche – Cain

Las luces blancas parpadeaban como estrellas intermitentes. La Caverna estaba a rebosar aquella noche de sábado, hervía como un crisol de cuerpos pálidos, de cabello teñido y engominado, de cuero y charol negro. El latido trepidante de la música industrial bombeaba como un corazón desenfrenado que iba haciéndose más sordo, más sordo, más sordo… cada vez más, a medida que la droga hacía efecto en Cain y el alcohol bajaba por su garganta. Bebidas frías, heladas, dulces y amargas. Luces que destellaban y estallaban, blancura fosfórica, y el hormigueo del cristal y la cocaína bajo la piel y en los dedos, en el paladar.

La Caverna era su sitio favorito. El suelo era negro y las paredes estaban tapizadas de rojo con terciopelo barato y raído. Había sillones de orejas, lámparas que simulaban velas, una larga barra con baldosines de espejo donde los camareros servían los licores y una pista de baile. Allí, las luces se enredaban y las criaturas de la noche danzaban en los espacios entre la oscuridad y los focos, saltando y contorsionándose, con los piercings balanceándose en las narices, las cejas, los labios y los pezones. Algunos estaban envueltos en camisetas de red, otros mostraban el torso desnudo o sólo cubierto por los tatuajes. Había chicas que vestían corsés, algunas sólo un sujetador, largas extensiones de color rojo oscuro, verde o azul en el pelo. Chicos con la cabeza afeitada y tatuajes en el cráneo, hombres de mirada penetrante con faldas largas llenas de corchetes metálicos. Había quienes vestían trajes que parecían hechos completamente de correas y hebillas, de manga larga, atados hasta el cuello, de modo que asemejaban enfermos mentales en sus camisas de fuerza. Los peinados eran variados y algunos completamente absurdos, manteniendo el cabello apelmazado como una masa sólida, disparado en picos y puntas imposibles hacia un lado y otro. Todos los habitantes de aquel antro, todos sin excepción, se habían maquillado los ojos de negro, lo cual hacía que resaltaran y parecieran mucho más grandes. Por ese motivo, Cain les había bautizado para sí como «La Corte de los Búhos», y se sentía muy orgulloso de pertenecer a ella. Él también era un ave nocturna de ojos pintados que extendía las alas entre la oscuridad, que danzaba entre luces de neón, que a la luz del día se convertía en nada. Apoyado en la barra, dejó su bebida a un lado y contempló el frenético baile mientras se dejaba secuestrar los sentidos por los efectos del alcohol y las drogas, con la mente perdida en su extraña poesía silenciosa poblada de plumas de pájaro.

Pájaros, pájaros negros, cuervos con la nada en la mirada.

Absorto como estaba, no reconoció a la figura que se le acercaba desde la izquierda; apenas le pareció una sombra, un espectro. Hasta que habló.

—¿Estás libre?

Cain volvió la cabeza y observó al joven. Era alto y el cabello blanco le caía sobre los hombros, cubriéndolos con un manto brillante y que sabía que encontraría suave al tacto. Los rasgos de su rostro eran delicados y hermosos, la nariz respingona y la piel nívea y antinatural. Los ojos de color rosado le contemplaban con un brillo divertido, delineados también de negro. Ave nocturna de ojos pintados. Lechuza albina, en este caso. Imposible no reconocerle.

El corazón le dio un brinco y sus emociones giraron al compás de la música. En otra circunstancia, Cain le habría dado la espalda, o tal vez le hubiera montado una escena. Pero estaba drogado y había bebido, así que le devolvió la sonrisa.

—Quizá. —Se quedó mirándole, en silencio. La música retumbaba. Una pregunta brotó espontánea de sus labios—. ¿Dónde has estado todo este tiempo, Lieren?

El albino cogió el vaso de Cain y dio un sorbo, lamiéndose los labios después, sin apartar los ojos de los suyos.

—De viaje —respondió sin más—. ¿Me has añorado?

Flores de Asfalto I: El DespertarWhere stories live. Discover now