Capítulo 7

11.9K 751 116
                                    

24 de enero – Cain

Despertó cuando la luz de la mañana se hizo demasiado intensa como para seguir cerrando los ojos a ella. Esa luz se había filtrado bajo sus pestañas y le llevó de la mano a la vigilia con gentileza, donde seguía sonando aquella mágica música. Inmóvil, recorrió con la mirada cuanto quedaba al alcance de su vista: El televisor, una pila de películas en dvd, un periódico sobre la mesa. Los visillos blancos se movían con la suave brisa, la ventana de marcos blancos estaba abierta. Eran blancos los muebles y las paredes, hasta el sofá en el que había dormido ya en dos o tres ocasiones era blanco. Sin saber por qué, a Cain le tranquilizaba aquello, la sensación de limpieza, de pureza y luminosidad de aquel apartamento.

Las notas del piano se balanceaban, lentas, tejiendo una trama ondulante y dulce como la melodía de una caja de música. De nuevo le evocaba estrellas diminutas, delicadas. Reconoció la canción de la noche pasada, pero esta vez parecía diferente: más completa, más entera. Una nueva línea melódica se sumó a la otra y se trenzaron, tocándose y alejándose después. Cain se removió con cuidado para no hacer ruido y observó al profesor. Sentado frente a las teclas, movía los dedos sobre ellas con ligereza. Tenía el semblante relajado y la mirada fija en sus propias manos, con el pelo húmedo cayéndole sobre los hombros, suelto. Parecía más oscuro cuando lo llevaba mojado, como si el agua le hubiera apagado el color cálido y otoñal.

Durante un rato, sólo le miró y escuchó la música, dejando que el sol invernal le calentara el cuerpo y las mejillas. Al mover los pies se dio cuenta de que no llevaba botas y de que no recordaba haberse echado por encima la manta que ahora le cubría. Escuchó la música en un silencio reverente hasta que las notas se apagaron, de nuevo parpadeando y despidiéndose despacio. Gabriel dejó los dedos sobre las teclas durante unos segundos, inmóvil, y luego los apartó, cuando ya no quedaba ninguna resonancia flotando en el aire. Entonces le miró, con ojos azules y plácidos. Cain apoyó la mejilla en el brazo del sofá y le estudió en silencio.

—¿Cómo lo supiste? —preguntó, al fin—. ¿Cómo supiste anoche que yo estaba ahí?

—Vi un reflejo en el cristal de la puerta.

Cain asintió. Aunque eso no lo explicaba todo. Pero Gabriel nunca le pedía explicaciones de nada, así que le correspondió y se guardó la curiosidad y la sensación extraña que tenía: la de que ambos eran como icebergs, mirándose cara a cara desde la superficie del mar simulando no haberse dado cuenta de que algo había colisionado entre los dos muy por debajo, oculto a la vista. Ambos lo sabían y los dos callaban.

—Se llama Lieren —dijo Cain al final. No sabía por qué le contaba aquello, pero el impulso vino por sí solo, y él lo siguió, a ciegas—. Le debo algunas cosas. Me salvó la vida cuando mi situación… era aún peor, ya sabes.

Gabriel negó con la cabeza. Cain se incorporó en el sofá, apartando la manta y despejándose con un bostezo, sin saber cómo interpretar aquella negativa. ¿No lo sabía, no le importaba o no lo entendía?

—¿Por qué tenías un arma?

La voz del profesor era muy serena. Los ojos azules le observaban fijamente. Cain se estremeció por dentro, sintiendo el peso de la pregunta. Gabriel se había inclinado hacia adelante, cruzando los dedos de las manos y apoyando los codos en los muslos. Tenía la impresión de que estaba otra vez mirándole por dentro, desnudándole, y se removió, incómodo.

—Hay que llevarlas. No es una metáfora, esta ciudad es… es un nido de alimañas. Hay que estar precavido.

—¿Ibas a usarla contra él, o contra ti?

Cain suspiró. Demonios, el profe no se andaba con preámbulos. Tragó saliva, antes de contestar lo mejor que supo, preguntándose por qué contestaba, por qué se sometía a ese interrogatorio matinal sin quejarse y por qué se sentía como si le estuvieran juzgando y como si lo mereciera.

Flores de Asfalto I: El DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora