Capítulo 20

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10 de marzo – Cain

El espejo le devolvía una imagen clara, de tez saludable y ojos brillantes. Ladeó el rostro una y otra vez, contemplándose. No había cambiado tanto pero había cambiado mucho: el cabello castaño le caía por delante de los ojos hasta la barbilla, suave y limpio, y la expresión de su mirada parecía casi dulce, tranquila, segura. «Hay que ver», pensó, suspirando. Apoyó los codos en el lavabo para inclinarse hacia delante y mirarse más de cerca. Luego bajó la vista hacia el instrumental que había dispuesto en la repisa.

—Muy bien —se dijo a sí mismo, empuñando el bote de gel fijador—, volvemos a volar por esta noche, pájaro negro.

No recordaba cuándo fue la última vez que se acicaló de aquella manera. Mientras se engominaba el pelo y se maquillaba los ojos con el pincel delineador, meticuloso y ritualista, intentaba hacer memoria sobre las experiencias que había vivido entre las aves nocturnas. ¿Qué podía retener de todo aquello? Las noches hipnóticas, la embriaguez tribal, casi mística, de la música electrónica vibrando en los altavoces, las manos que le tocaban, los ojos que le miraban. La vanidad, la decadencia, y sobre todo, el recuerdo palpitante de la soledad. La soledad siempre estaba debajo de todo aquello, revistiendo las experiencias de un tinte amargo y volátil.

«Pero esta noche será diferente».

Cuando terminó, se dirigió hacia su habitación. Estaba solo en la casa. Gabriel aún no había vuelto de la Universidad y era mejor así. Se le escapó una sonrisa esperanzada mientras abría el armario y rebuscaba su ropa de vinilo y cuero negro. Cuando regresara de ajustar cuentas, podría mirar a los ojos a Gabriel y sentirse digno. Limpio, limpio del todo, completamente redimido.

Se enfundó los pantalones ajustados y se calzó las botas, altas y pesadas, unas New Rock con llamas rojas y amarillas en las suelas y cordones hasta las rodillas. Luego se embutió en una camiseta de poliéster de cuello alto que en lugar de mangas tenía una serie de tiras finas de tela negra unidas entre sí por argollas de metal. Se cerró la cremallera y la prenda se ajustó a su cuerpo. Un cinturón de tachuelas, un par de pulseras de cuero y una cinta de encaje negro enrollada en una mano como si se tratase del refuerzo de un boxeador completaron el atuendo. Se colocó una sudadera oscura con capucha sobre el conjunto y volvió al cuarto de baño para contemplarse en el espejo. No pudo evitar una risa suave, entre nostálgica y sorprendida.

El que le miraba desde el cristal parecía otro. «No, no lo parece… es que es otro. Es Cain», se dijo.

Durante mucho tiempo, Cain había sido su alter-ego. Desvergonzado, nihilista, superficial, autodestructivo, insidioso, sin esperanza. Había elegido aquel nombre porque recordaba lo que la anciana señora le había contado sobre Cain, el hermano que mató a su hermano y que fue expulsado y condenado a vagar por la tierra pero sin que ningún hombre le pudiera matar. Se había sentido así. Pecador, malvado, indigno y además privado del reposo y la paz de la muerte. Nunca había tenido agallas para suicidarse. Así era Cain, un maldito.

Sacudió la cabeza y apartó los pensamientos de su mente. Ahora estaba todo bien, hoy podía ponerse ese disfraz por última vez, después ya no lo necesitaría. Si volvía a usarlo sería porque, simplemente, tuviera ganas de jugar. Nunca más para fingir, para esconderse. Nunca más.

Terminó de retocarse el pelo y cuando estaba a punto de robarle una cerveza negra a Gabriel para amenizar la espera, sonó el timbre de abajo. Descolgó.

—¿Quién?

—Baja, tío. Nos estamos helando —exclamó una voz femenina.

—Voy.

En menos de dos minutos estaba bajando las escaleras como un espectro oscuro, con el largo abrigo flotando tras de sí y la capucha sobre el pelo engominado, ocultándole parcialmente el rostro. Al salir al exterior, las luces de las farolas y las del coche de Ruth eran las únicas en toda la calle. La oscuridad de la noche era tan densa que parecía engullirlo todo. Apoyados en la carrocería, sus tres amigos le esperaban. Habían aparcado en doble fila. Al ver a las chicas, Cain tuvo que reprimir una risilla.

Flores de Asfalto I: El DespertarWhere stories live. Discover now