Capítulo 5

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16 de enero – Gabriel

Había vivido solo durante toda su vida. Debería resultarle extraña aquella repentina cotidianeidad; que otra persona metiera la llave en la puerta de su casa, que le preguntara dónde poner esto o aquello cuando soltaron las bolsas y comenzaron a colocar la compra. Sin embargo, no se lo parecía. Al contrario, tenía la impresión de que ahora sí estaba todo bien. Cain estaba sentado en un taburete, sorbiendo una Coca-Cola de la lata mientras él ponía el agua a hervir.

—No esperaba que supieras cocinar —dijo el chico—. Bueno, espera… ¿sabes cocinar?

—Claro que sé cocinar —replicó Gabriel, lanzándole una cebolla por los aires. Cayó al suelo y Cain la dejó ahí, mirándola con languidez —. Venga, colabora. Tú también te lo vas a comer, ¿no?

—Eso depende de lo que sea.

—Voy a hacer stovies.

—Ah, muy bien. ¿Y eso qué es?

Cain se acercó a la encimera, cogió un cuchillo y empezó a pelar la cebolla con la lentitud desmañada de quien lo hace por primera vez y desearía que fuera la última. Gabriel arrojó un puñado de zanahorias sobre un escurridor y las metió debajo del grifo, junto con cuatro patatas grandes, arremangado hasta los codos.

—Es un plato escocés.

—¿Tu familia proviene de allí?

—No, en realidad no —respondió, frunciendo un poco el ceño—. No conocí a mis padres, ni siquiera sé cómo se llamaban. Me crié en una institución hasta que cumplí la mayoría de edad.

—Entonces podrían haber sido de allí —dijo Cain, mirándole de reojo—. Quiero decir que puedes inventarte lo que desees para tu pasado. ¿No?

Gabriel le devolvió la mirada, disimulando su sorpresa.

—Sí. Es precisamente lo que he hecho.

Cain sonrió a medias y apartó la vista, arrancando casi media cebolla al intentar apartar un trozo renegrecido. Ahora que al fin podían conversar relajadamente y como personas civilizadas, Gabriel tenía la impresión de conocerle desde siempre. No le costaba hablar con él, a pesar de que sus amigos no le tenían precisamente por un gran conversador. Y el chico también había abandonado su actitud defensiva y parecía mucho más inclinado a la comunicación. Ambos habían bajado las defensas.

—Yo debería hacer lo mismo, pero no me he parado a pensarlo —comentó el joven. Se estaba soplando el flequillo. Aún tenía los ojos llenos de maquillaje negro y había bajado al supermercado con la camiseta agujereada—. Tampoco tengo familia. He estado en casas de acogida y esas cosas. Al menos lo estuve, un tiempo.

—No fue una experiencia agradable —afirmó Gabriel, más que preguntar.

—La verdad es que no —dijo el chico, intentando raspar algo de la hortaliza con el filo del cuchillo—. Con el tiempo aprendes a darte cuenta de lo que eres para los demás. De que no les importas verdaderamente. Sólo quieren mirarse al espejo por las mañanas y sentirse unas maravillosas personas por lo que están haciendo por ti. Y eso los que no son maltratadores y violadores.

Gabriel había terminado de pelar las patatas y las zanahorias. Le quitó la cebolla de las manos a Cain antes de que terminara de destrozarla. El chico se limpió las manos en un trapo y volvió con su Coca-Cola, mientras él empezaba a trocearlo todo sobre una tabla.

—Un chico con suerte, ¿no?

—La mía no ha sido peor que la de otros —replicó Cain. El profesor detectó un tono de orgullo en su voz—. Yo no soy de los que van lloriqueando, ni tampoco lamentándose de que la sociedad les haya dado de lado. No, yo al menos me abro camino a mi manera. Sé cómo es esta ciudad, cómo es de verdad.

Flores de Asfalto I: El DespertarWhere stories live. Discover now