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Mark tiene el detalle de volver por la tarde para llevarme al aeropuerto. Hacemos las paces con un par de besos intensos, pero nada más. Ambos nos arrepentimos de lo que dijimos, de como lo dijimos y porque. La tensión está acabando con esto, no nosotros.

Me abraza y me besa delante de la puerta de embarque. Nos sonreímos y hablamos como dos críos enamorados de verdad. Nos besamos y le prometo llamarle, él me promete ponerse las pilas con sus cuadros y conseguir algo de dinero para que no tenga que trabajar tanto y hacer estos viajes.

—Señorita Clark, siento interrumpirla pero nuestro vuelo sale en diez minutos —dice Erik rápido. Me separo de Mark y se estrechan la mano con esa cara de chicos malos.

Me despido de Mark, pero antes de que me vaya, me coge de la mano, me acerca a él y me besa fogoso y me masajea el trasero con esmero. Se separa de mi y sonríe. Le sonrío incómoda cuando me doy cuenta de que Erik estaba mirando y era lo que Mark pretendía. No es justo que me haya utilizado para darle celos. 

Entro con Erik al avión. Las azafatas nos indican nuestros asientos en primera clase, uno frente al otro con un tremendo espacio para poder tumbarnos, sentados en diagonal, me sonríe. Es íntimo. Es una especie de compartimiento.

—¿Cómo se encuentra?

—Bien, gracias —le respondo sin más. 

Tengo que mantener distancias, tengo que mantenerme firme. 

Pero me declara una sonrisa pícara. No me lo pondrá fácil. 

—¿Y respecto al sábado?

—No sé de que me habla —las palabras salen de mi boca de golpe. No es una buena contestación, pero ya no hay marcha atrás.

—¿No se acuerda de cómo gritó mi nombre mientras se corría?

—No —miro hacia otra dirección. 

—Mentirosa —su sonrisa no se borra—, la verdad.

—No me acuerdo.

—Sí —mira mis piernas cruzadas con fuerza—, se acuerda y ahora mismo está excitada. Confiésalo.

—Eres mi jefe, estoy casada.

—Volvemos a lo mismo, señorita Clark —se incorpora y se inclina hacia a mi—, soy su jefe y tiene que obedecerme.

—Pues disculpe, señor Dagger. Pero no voy a obedecerle una mierda —una mezcla de diversión y perversión se junta en esa sonrisa y mi interior se estremece.

—¿Está segura? —humedezco mi labio y lo muerdo con fuerza casi sin darme cuenta. Su pulgar lo libera de mis dientes—, vas ha hacerte daño... —dice con la voz ronca.

Recuerdo a la perfección su voz al teléfono y me pongo a cien. Intento calmarme. Estoy casada, Mark y yo hemos hecho las paces... he tenido un orgasmo cuando él solo me hablaba, solo con imaginármelo entre mis piernas.

Vuelve a liberarme el labio, ni siquiera me había dado cuenta. Su pulgar se queda ahí y ahora mismo haría mil cosas, pero espero que lo haga él.

—¿Va a demandarme por acoso? —murmura. Niego. Su mano baja por mi cuello—. ¿Y ahora...? —vuelvo a negar. Llega a mis clavículas— ¿Ahora...? —una vez más... su mano para en mi escote— ¿Y ahora lo hará? —sus dedos hábiles desabrochan un botón de mi blusa blanca impecable. Tengo la boca seca a más no poder. Sus manos son mucho mejores que en mi imaginación.

—No —desabrocha otro botón y su mano se cuela en el valle de mis pechos. Mis pezones se marcan con fuerza en la tela.

—Confiesa que tuvo un buen orgasmo conmigo al teléfono —toca mi pezón y ahogo un gemido.

MIA, ERES MÍA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora