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Me levanto de la cama y voy al baño. Son las tres y media... todavía es muy temprano para levantarse. Me lavo los dientes cuando noto el sabor asqueroso en mi boca proveniente de las cervezas que he tomado y decido volver a la cama a dar vueltas.

Escucho una melodía de piano suave y triste que proviene de abajo. Me pongo un camisón de seda de color rosa y la fina bata de seda para bajar. Des de las escaleras el sonido es precioso, pero es tan triste que hace que las lágrimas quieran acudir a mis ojos.

Cruzo el salón y me quedo observando a Erik mientras toca serio. Estoy detrás de él, no puede verme. Lleva todavía la camisa y el pantalón del traje. Dejo que toque y cuando acaba pongo mis manos en sus hombros. Se queda quieto sin decir nada. Yo tampoco lo hago. Bajo mis manos hasta delante de su pecho y me ahueco en su cuello. Aspiro su aroma y sigue quieto.

—Te mereces algo mejor, Mia. Lo sabes.

—Tú eres ese algo mejor —le doy un beso en el cuello.

Me pongo delante de él y me siento sobre su regazo. Le beso en los labios y él acepta mi beso.

—Mia...

—No voy a seguir hablando de eso —niego—. ¿De quién es esa pieza?

—Mi madre era compositora.

Guardo silencio. Va a seguir hablando, solo que está pensando. Así que espero. Espero a que siga.

—Había visto una demanda de divorcio de mi madre hacia mi padre. No entendía el por qué, me enfadé muchísimo... mi madre me llamó y no se lo cogí, así que me dejó un mensaje en el buzón de voz. Cuando me volvió a llamar se lo cogí, fui a recogerla al centro. Cuando volvíamos a casa empezamos a discutir... Íbamos por una carretera estrecha, de un solo sentido... y pasé, no vi la señal que decía que no podía hacerlo —suelta un suspiro de dolor, todo el aire acumulado—. Chocamos de frente con un coche, caímos por un precipicio... El coche quedó del revés y mi madre estaba muerta. Estuve ocho horas con ella en el coche. Dios... jamás podré olvidarme de esa imagen... tengo esas pesadillas des de entonces. Su imagen.

—No la mataste Erik...

—Sí. Caímos por mi culpa.

—Erik, por favor... no te martirices... no tienes la culpa. Me da igual lo que diga tu padre o me da igual lo que pienses tú... eras un crío, Erik. Cometiste un error como puede hacer cualquiera, eres humano... —no me dice nada—. ¿Qué decía ese mensaje?

—¿Qué?

—Me has dicho que te dejó un mensaje en el contestador...

—No fui capaz de escucharlo —niega—, Dominik me hizo el favor de guardarlo en mi ordenador. Pero jamás lo he escuchado.

—¿El coche que chocó de frente...?

—El muy imbécil se fue —se encoge de hombros enfadado—. No pensó que podía haber heridos. No pensó que alguien podría estar vivo.

—Lo siento mucho Erik. Lo siento muchísimo.

Lo abrazo con fuerza y es él quien apoya su cara en el hueco de mi cuello. Me cubre con sus brazos y me envuelve por completo. Como me gusta esto...

—Nathan —me separa y me mira frunciendo el ceño—, mis pesadillas también son por alguien...

—Vale.

—Bueno, la historia es corta. Era mi novio, yo tenía dieciséis, él diecinueve. Le di el último pico con el que tuvo una sobredosis.

—No fue tu culpa —niega.

MIA, ERES MÍA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora