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No me aguanto las ganas de volver a besarle. Como una loca lo devoro y durante ese momento, él sonríe y suelta una risa. Me coge en brazos y salimos de la ducha hasta la cama. Me estira en ella y dejo de besarle con toda la pena de mi corazón, pero mirarle también es una maravilla.

Cuando le miro, lo veo todavía con esa sonrisa tan pura y sincera que me reprimo las ganas de volver a lanzarme a él.

—No sé como lo has conseguido.

—¿El qué?

—Que acabe, sin necesidad de...

—Bueno, no creo que te haga gracia la palabra que tengo en mente que lo explica.

Muevo mis labios y digo "AMOR"

—Quiero un abogado —dice rápido dándome con la almohada en la cara.

Suelto una carcajada y él también, algo más corta pero profunda.

—Pues yo hace tiempo que necesito uno —digo con un bufido.

Me tumbo cara arriba.

Su dedo índice se pone sobre mi piel y resigue la curva de mis pechos, la línea que baja por mi abdomen... su tacto deja una línea de fuego sobre mi piel. 

—No creo que seas un mal hombre —murmuro. Él no aparta la mirada de su dedo y su dibujo—. Al revés... no tienen ni idea del hombre que eres.

—¿Y tú sí?

—Sí —asiento.

—Mia...

—No, escúchame tu a mi... mereces que te qui...

Me interrumpe con sus besos. Sus labios no me dejan seguir hablando, me quitan el aire.

—Me vas a escuchar —le separo— y luego seguiré besándote, pero escúchame. Erik Dagger —hago una pausa—, mereces que te quieran. Y si tú no lo crees, voy a demostrártelo.

Cuando acabo el mensaje, se me echa encima y me besa, pero esta vez no para hacerme callar. Quizás es un gracias.








De noche, decidimos que es hora de salir y dar señales de vida. Erik va a su despacho y yo en busca de Oliver. Lo encuentro en la habitación donde se va a quedar.

Me ve entrar, pero no se quita los auriculares y escucho como la música sube de volumen.

Me siento a su lado y le quito los auriculares.

—Qué quieres —me espeta.

—Hablar.

—¿Ahora? claro, porque no has querido hacerlo cuando has visto a nuestra madre como una puta baca o cuando te han dado una paliza por entrar a robar o cuando te han envenenado, pues ahora soy yo el que no quiere hablar.

Vuelve a ponerse los auriculares.

Sin móvil no hay música. Desconecto los auriculares del teléfono.

—Mia —me reprocha.

—Oliver Clark. Solo quería protegerte.

—¿De que?

—De esto —alzo mis brazos— de todo. De mamá, de lo que me está pasando.

—¿Pero porque tienes que protegerme? —es una pregunta retórica, por supuesto.

—Porque eres mi hermano pequeño y yo hubiera querido que me protegieran.

Su ceño se relaja.

MIA, ERES MÍA Où les histoires vivent. Découvrez maintenant