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Me levanto muy temprano. Ni siquiera he escuchado que Erik saliera de su habitación. Todas las ideas, las noticias de última hora me han dado vueltas durante gran parte de la noche ¿Cómo voy a dormir así?

Pero, es su cumpleaños. Es su cumpleaños y el de su difunta madre. Puedo estar confusa, pero quiero hacerle feliz.

Voy a su habitación, sigue durmiendo. Es muy desordenado al dormir. Me encanta así.

—Cumpleaños feeeeeeliz... —susurro rodando por la cama hasta ponerme encima de él.

—Mia... —gruñe.

—Cumpleaaaaños feeeeeliz...

Abre los ojos y sonríe con amplitud.

—¿Qué te dije ayer?

—Sonríes —me encojo de hombros— y sabes que me suele dar igual lo que me digas.

—Eres de lo que no hay... —rueda y se pone encima de mi.

Nos besamos, jugamos, nos acariciamos y acabamos con un primer asalto de sexo morboso, duro y lujurioso. Somos los amantes perfectos, juntos somos explosivos, insaciables e increíbles.
Después de ducharnos, vamos a desayunar, Klaus y Hilda le felicitan y le dan su regalo; un precioso reloj de color plata muy elegante y precioso. El matrimonio miran el reloj con orgullo mientras Erik se lo prueba. Admiran a Erik, se nota que le adoran. Me pregunto des de cuando y qué conocerán de él... y con eso me refiero al cuarto de juegos.

Erik se pasa la mayor parte del día contestando llamadas ¡Es increíble cuanta gente puede llegar a felicitarle!

—Vale —cojo su teléfono—. Eres mío, así que esto va a tener que esperar un rato —pongo su móvil en modo avión.

—¿Y que tienes pensado...?

—Muchas cosas, pero que puedan hacerse en diez minutos, por que te recuerdo que es lo que queda para que venga lo que tu llamas "mi estilista", solo se me ocurre una.

—¿Cuál?

—Qué abras mis regalos.

—¿Me has comprado algo? —vaya miradita...

—Sí.

Salgo corriendo al piso de arriba y cojo la bolsita cuadrada que me dieron. Al bajar Erik sigue con mala cara.

—Mia, te dije que no quería regalos.

—Ya, pero tú siempre me regalas cosas.

—Pero que yo te regale no quiere decir que tengas que...

—Ya, Erik. Te hago un regalo por que quiero.

Saco una primera cajita de la bolsa y lo mira con desaprobación. Al abrir la cajita veo una leve sonrisa, pero esta cambia de inmediato a la usual de enfado.

—Devuélvelos, Mia. Es una orden.

—Son personalizados, no puedo.

Son unos gemelos de oro blanco con sus iniciales en una caligrafía fina y elegante. No son muy grandes, por lo que queda realmente sutil y discreto.

—Te deben haber costado una fortuna.

La verdad es que sí, pero no se lo pienso decir o se pondrá aún peor.

—Cállate, queda otro.

Le entrego la segunda cajita, es más pequeña.

Al abrirla sonríe, una sonrisa amplia, coge el anillo liso y mira la inscripción que he encargado que grabaran.

MIA, ERES MÍA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora