1. Journey

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No le pareció justo. Otro domingo laborando porque faltó un día al trabajo. No tuvo la culpa; no iba a irse a pie, tampoco quiso usar el transporte público, además de que le agarró la tarde.

Le era tedioso levantarse temprano un día donde se suponía debía descansar. Se ponía de mal humor al inicio, cuando recién sonaba la alarma, refunfuñaba un rato y luego se preparaba para laborar como otro día normal entre semana. Lo que lo animaba un poco era que ella estaría esperándolo.

Sonrió al pensarla.

Hacía un mes tuvieron su cita que le resultó una burla y una jugada chueca de parte de Mérida. Lo recordaba con ironía porque fue la que propuso a dónde irían, siendo el propio almacén el cómplice de esa primera cita. Le aceptó la invitación con el pretexto de escoger el lugar y al saber que sería en la plazoleta de comidas contuvo las ganas de mofarse de su suerte. No puso peros ni contras ni se molestó, lo que le importaba era acercársele por lo que aprovechó al cien el momento.

Le preguntó su nombre completo, su edad, qué música escuchaba más; conocer esos detalles fue su prioridad. Batalló al sacarle información, valiéndose de su elocuencia y su humor para relajarla pues la notó tensa, como si no estuviese acostumbrada a dialogar sobre ella. Le gustó cómo lo evadió, lo nerviosa que se comportó, la manera en que respondía, casi en murmullos. Le resultó muy tímida para ser una mujer de treinta y dos años, pero preciosa a la vez cuando sonreía de media boca, tan breve y a la vez suficiente, apartando el rostro para que él no lo notara, siendo el sonrojo en sus mejillas lo que por varias ocasiones le cosquilleó los dedos, absteniéndose de acariciar su rostro para luego robarle un beso, siendo el detonante el que descubriera que su hipótesis de que escuchaba baladas fuera un tanto cierta.

Suspiró, sonriente por recordarla, mientras aparcó la moto en el espacio designado para los empleados en la parte trasera del almacén. Se quitó el casco y su chaqueta la cual guardó en su bolso e ingresó por el acceso exclusivo para el personal.

Descubrir que a Mérida le gustaba el rock en español de antes fue una revelación tan sublime porque también prefería ese tipo de música, a parte, gracias a ella descubrió varias bandas que desconocía. Su estilo de música se enfocaba en el metal pesado; al momento de compartirle algunas de las tonadas que prefería escuchar, ella expresó espanto, algo que le causó gracia. La imagen de una Mérida conservadora, seria y amargada se esfumó luego de esa cita. Desde entonces no hubo día en que no permaneciera cerca de ella para hablarle así fuera solo de música, oír su voz y hacerla reír con sus ocurrencias.

Luego de guardar sus pertenencias en su casillero designado, de colocarse los implementos de seguridad, se dirigió al interior del almacén. Su jefe le indicó que su compañera estaba junto con otro de los almacenistas acomodando la nueva mercancía, por lo que se dirigió a la sección de comida en conserva.

Tan pronto llegó, sonrió.

Concentrada, Mérida revisaba el listado asignado de ese día mientras le indicaba a un hombre más joven que retirara un grupo en específico de latas que estaban prontas a caducar. Se acomodó con rapidez varios mechones de cabello tras sus orejas que cada que inclinaba la cabeza para leer la planilla entre sus manos, le cubría parte de la cara. Le resultaba incómodo, sin embargo, por lo sucedido la noche anterior era mejor acostumbrarse pues no tenía con qué recogérselo.

—¡Buenos días! —habló esa profunda voz que al oírla le erizaba los vellos de la nuca.

Tensa, dio un rápido vistazo a donde provenía ese saludo, enfrentándose con esa sonrisa de dientes perfectos que la puso a tiritar, más porque su dueño, con ojos hipnóticos, la enfocaba sólo a ella.

Lamento Meridiano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora