9. Poder de convencimiento

78 13 2
                                    

Si te gustó, no olvides comentar, votar y compartir. Te agradezco mucho el apoyo ♥


Mérida, desde que trabajó en el almacén, procuró no hablar con nadie más que no fuera su jefe y Gustavo; le incomodaba que le estuvieran preguntando cosas o caer en chismes que no le competían. En un empleo anterior le sucedió que por hacerse de amigos resultó envuelta en una situación comprometedora con una mujer casada, que pensó que ella era la amante de su marido. Por obvias razones renunció, para evitar problemas con su esposo.

Así que le resultó extraño que ese hombre con el que dialogaba Gustavo, que supo de antemano era su compañero de alquiler, se le acercara. Hacía un rato lo halló en una aparente discusión con su amigo, por lo que le fue rara la sonrisa que le dedicó mientras le agitó la mano a modo de saludo.

—¡Hola! Mérida ¿cierto? —le habló el muchacho, con tal animosidad que sin evitarlo esbozó una leve sonrisa. Sin molestarse a alzar la voz asintió a su pregunta.

Era alto, delgado y de un tono de piel morena que le resultó bonito, como si se la cuidara. Su cabello encrespado era el más prolijo que pudo encontrar en un hombre, hasta pensó que era una peluca. Por su manera de moverse, suavizada y medida, y por cómo se cruzó de brazos mientras con un dedo se toqueteó pensativo el mentón, creyó que era amanerado, algo que no juzgó en lo absoluto, sólo que le resultó gracioso por su espontaneidad al expresarse. Le cayó bien al instante, pese a que minutos atrás lo notó algo serio al hablar con Gustavo.

—Sé que eres amiga de Tavo —mencionó el chico a quien conocía con el nombre de Fabián, quien sonriente le observó, en cambio a ella, le inquietó lo que dijo—, lo deduje porque siempre andan juntos. Nadie trabaja con alguien todo el día sin siquiera hablar de otra cosa que no sea el trabajo, aunque bueno, con Tavo que es demasiado conversador, creo que era lógico que se hiciera tu amigo, pero a veces suele ser tan malo que se pelea con varios tipos, de aquí, del almacén, que no les cae bien él porque se lleva a las viejas buenas, algo tonto porque él no las busca...

Mérida intentó seguirle el hilo a lo que le decía, tarea algo ardua pues organizaba el resto de los accesorios para celulares en esa sección. Paró lo que hacía y lo escuchó con atención, siendo inevitable que expresara su sorpresa, desconcierto y extrañeza. Era la primera que alguien le hablaba tanto, sin parar, como si confesara todo lo que alguna vez quiso decir y el que se mostrara tan ameno, presto a platicar con ella le agradó, un poco.

Sus declaraciones la inquietaron, ese buen ánimo que le infundió se aplacó al escucharle tan animado, de las veces en que salía con Gustavo, fiestas en donde conquistaban fácil las chicas que pretendían.

—Él me enseñó cómo hablarle a una mujer y así, y podrás creer que se me da fácil porque hablo hasta por los codos, pero no, soy cobarde en ese aspecto. Aunque, bueno, no me quejo, porque ya se me da fácil armarles plática, como a ti, por ejemplo, que te hablo como si fueras mi amiga, y como eres mi amiga, porque toda amiga de Gustavo es mi amiga, te quería invitar a salir con nosotros ¿qué dices?

La pregunta la apabulló. Le costó reaccionar porque no supo cómo procesarlo después de escucharle semejante retahíla. Que la considera su amiga no lo tomó a mal, pero que la invitara a salir la puso en un apuro porque no quería ser descortés al declinar cuando él fue amable. Tal vez podría excusarse con que estaba ocupada en otros asuntos, pero por otro lado pensó seriamente en aceptar.

Ese sábado su esposo viajó, se llevó a Manuel y de seguro a su suegra, así que estaría sola en el apartamento, sin hacer nada porque los quehaceres los adelantó entre semana para descansar ese día y el siguiente, aprovechando que el domingo era su día del mes libre.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now